viernes, noviembre 29, 2024

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¿Se acerca una nueva recesión en la eurozona?

Desde la crisis financiera global del 2008, la productividad en la región va a paso de tortuga.

Si usted no entiende lo que está pasando con la economía de la eurozona, no es el único. Un día nos dicen que el crecimiento está definitivamente fuera de moda; al otro, que la recuperación ya está en marcha; y al tercero, que el Banco Central Europeo está analizando enviar un cheque a cada ciudadano para estimular la producción y recrear inflación. Pocas veces el panorama económico ha sido tan confuso.

Comencemos con las previsiones de crecimiento a mediano plazo. Desde el estallido de la crisis financiera global en 2008, el crecimiento de la productividad ha ido a paso de tortuga.

Extrañamente, el mágico poder de cómputo de los teléfonos inteligentes no parece compensar la desaceleración de los aumentos de eficiencia en la industria fabril y los servicios estándares .

Por casi una década, el crecimiento anual de la productividad en las economías avanzadas fue cercano al 1 por ciento, contra el 2 por ciento de antes. Puede ser una caída temporal o una ilusión estadística. Pero a falta de pruebas de que vaya a terminar, las autoridades decidieron revisar sus pronósticos a la baja.

Después de 2010, la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos rebajó de 25 por ciento a 16 por ciento su previsión del crecimiento de la productividad en la década que termina en 2020; lo mismo hizo la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria del Reino Unido, que redujo su pronóstico de 22 por ciento a 14 por ciento. Todos se están preparando para tiempos malos.

El modo más seguro de resistirse a esta tendencia es invertir en educación, promover la innovación y fomentar la eficiencia. En Europa, sobre todo, hay una variedad de reformas que ayudarían a reducir la brecha creciente de eficiencia con Estados Unidos. Pero aunque el BCE puede exhortar o incentivar, son los gobiernos los que deben actuar.

Pasemos ahora al crecimiento actual. En 2015, la producción de la eurozona apenas superó el nivel de 2008, un desempeño deslucido que no es atribuible a la lentitud con que creció la productividad. A pesar de la considerable capacidad ociosa de la economía, el crecimiento el año pasado fue un decepcionante 1,5 por ciento, y para este año el BCE prevé solo un 1,4 por ciento. Es mucho mejor que la contracción que hubo entre 2011 y 2013; pero en una economía ayudada por un tipo de cambio favorable, tasas en mínimos históricos y el derrumbe de precios del petróleo, uno esperaría que el crecimiento pegue un salto.

El futuro se ve sombrío

La culpa no es de las medidas de austeridad. Si bien una consolidación prematura de los presupuestos públicos fue en gran medida responsable de la recaída recesiva de hace cinco años, desde 2015 la política fiscal ha sido en general neutral.

Parte de la explicación está en la desaceleración de las economías emergentes. Pero esos factores externos también valen para el Reino Unido y Suecia, y sin embargo sus tasas de crecimiento están entre 2 y 3 por ciento. Lo cierto es que a la eurozona le falta empuje interno. A pesar del crecimiento de los ingresos, las familias son renuentes a consumir y construir; y a pesar de un gran aumento de las ganancias corporativas, las empresas no se muestran proclives a asumir riesgos e invertir.

Una causa de tanta prudencia es que el futuro se ve sombrío. Por eso unas reformas que fortalezcan la economía en el mediano plazo también ayudarían en el corto plazo. Otra razón es el peso excesivo del pasado sobre el presente: con una inflación tan baja, las deudas acumuladas no se diluyen, y los agentes se ven obligados a ahorrar para pagarlas.
Por último, hay partes de la eurozona donde el desempleo sigue siendo demasiado alto para que las familias recuperen la confianza; al mismo tiempo, las variaciones en la situación fiscal de los países no están distribuidas de un modo que maximice las perspectivas de crecimiento. La prolongación de este malestar mantiene la inflación por debajo de la meta, lo que a su vez provoca un aumento excesivo del tipo de interés real.

Con una economía más frágil de lo que debería, el BCE cruzó un Rubicón tras otro tratando de estimular la inflación. Pero a pesar de todos los intentos, el resultado de la batalla aún es incierto.

De modo que hay que hacer una tercera pregunta: ¿qué podría hacer la eurozona si hubiera un deterioro grave del entorno global, por ejemplo, un incremento acelerado de las tasas en Estados Unidos o una recesión declarada en China?
En ese caso, la demanda privada se retraerá; y la demanda pública no vendrá al rescate, porque los gobiernos están muy endeudados y no querrán quedar mal parados ante un aumento súbito de la aversión al riesgo. Aún está fresco el recuerdo de la crisis de deudas soberanas del 2011, y muchos funcionarios preferirán abstenerse de usar la política fiscal como sostén de la economía.

Al mismo tiempo, el BCE habría alcanzado el límite de la flexibilización cuantitativa. Pero permitir otra recesión después de una recuperación breve y endeble sería visto por los ciudadanos como un fracaso importante de las autoridades, y debilitaría aún más el apoyo al euro.

La respuesta correcta

En este contexto, el BCE está analizando abiertamente cuál sería la respuesta correcta. En una entrevista reciente, su economista principal, Peter Praet, señaló explícitamente que “todos los bancos centrales” pueden imprimir dinero y enviar un cheque a cada uno de los ciudadanos; una opción límite a la que se denominó “arrojar dinero desde el helicóptero”. Como las familias se gastarían parte de los ingresos inesperados, la medida estimularía la demanda interna y el nivel de precios.

Sin embargo, esto entraña dificultades legales y técnicas. Básicamente, los economistas ortodoxos dicen que sería una operación cuasifiscal para la que el banco central no tiene mandato explícito. Pero los proponentes responden que el mandato del BCE lo obliga a mantener la inflación cerca del 2 por ciento, y que para lograrlo, no puede descartar ninguna opción, ni siquiera las más heterodoxas.

Es verdad que la opción del helicóptero sería funcionalmente equivalente a una transferencia directa del Estado a las familias, financiada por los bancos centrales con emisión permanente. Así que sería compatible con el mandato de estabilidad de precios del BCE, pero desdibujaría la frontera entre la política fiscal y la monetaria.

¿Podría emplearse en cambio una opción explícitamente fiscal? Suponiendo que los gobiernos por separado no quieran aumentar el gasto, la eurozona como entidad conjunta podría endeudarse para financiar políticas de estímulo al crecimiento.

Una versión mejorada del plan Juncker (el esquema del presidente de la Comisión Europea para invertir 315 000 millones de euros a lo largo de tres años), sobre la base de proyectos preseleccionados, que se activarían llegado el momento, sería una importante protección contra el riesgo de recesión.

Algunos de esos proyectos podrían ser inversiones que ayuden a limitar el calentamiento global o a preparar a los trabajadores para la economía digital. El endeudamiento se realizaría en forma conjunta, y debería tener una fuente de respaldo exclusiva, ya sea mediante un impuesto o un aporte dependiente del PIB, que permita a la eurozona devolver el préstamo.

Sin duda, las dificultades políticas inherentes a este esquema complicarían llegar a un acuerdo. No es seguro que un plan de endeudamiento conjunto de la eurozona genere menos rechazo que una transferencia cuasifiscal orquestada por el BCE. Lo que está claro es que la eurozona debe evaluar estas opciones, porque tarde o temprano tal vez deba usar alguna de las dos.

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