Luis Almagro cumplió hoy un año al frente de la Organización de Estados Americanos (OEA) en pleno choque con uno de sus miembros de más peso, Venezuela, y a punto de dar un paso sin precedentes al aplicarle la Carta Democrática.
Cuando Almagro llegó a la OEA hace un año, en los pasillos del organismo se hablaba de un “aura positiva”: tomaba las riendas el excanciller del popular y respetado expresidente uruguayo José Mujica (2010-2015).
Hoy en esos mismos pasillos solo se habla de una cosa: la Carta Democrática. Todo apunta a que Almagro se convertirá la semana próxima en el primer secretario general en aplicar este instrumento a un Estado miembro contra la voluntad de su Gobierno.
La Carta Democrática es un recurso muy sensible no solo porque su última consecuencia es la suspensión de la OEA sino porque hasta ahora siempre se ha aplicado por solicitud o al menos con autorización de Estado afectado, salvo en el golpe de Estado de Honduras de 2009 por no haber Gobierno legítimo en el poder.
Almagro se ampara en la potestad que le otorga el artículo 20 de la Carta, que autoriza al secretario general o a cualquier Estado miembro a pedir la convocatoria inmediata del Consejo Permanente cuando en un país de la organización “se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático”.
El titular de la OEA es desde noviembre una de las voces internacionales más abiertamente críticas con el Gobierno del presidente Nicolás Maduro, a quien ha pedido que libere a los presos políticos, que respete las decisiones de la mayoría opositora en la Asamblea Nacional y que permita la convocatoria del referendo revocatorio contra él que promueve la oposición.
Las acusaciones del Gobierno venezolano contra Almagro comenzaron meses antes, el 27 de julio, cuando el secretario recibió en la sede de la OEA al opositor Henrique Capriles, una visita que dinamitó un anunciado viaje suyo a Caracas y el trabajo cauto de sus primeros meses en el cargo para lograr tender puentes con el país caribeño.
Las duras acusaciones que se han prodigado el Gobierno de Maduro y Almagro en los últimos doce meses contrastan con el tono de armonía con el que Almagro fue elegido el año pasado por casi total unanimidad (33 síes y una abstención) como nuevo líder de la OEA.
“Sabemos que con usted (en referencia a Almagro) podemos marcar una nueva época en esta organización, donde los pilares fundamentales de la misma, como los derechos humanos, no evidencien una utilización política ni un doble estándar en su aplicación. Donde la democracia sepa realmente considerar, descifrar y respetar la voluntad de nuestros electores y nuestros pueblos”, decía el pasado 18 de marzo la canciller venezolana, Delcy Rodríguez.
Poco más de un año después, el pasado 5 de mayo, Rodríguez acusaba a Almagro, sentada junto a él en el Consejo Permanente, de perpetrar “bajas maniobras” para contribuir a una “campaña internacional” promovida por Estados Unidos con el objetivo de llevar a cabo una intervención en Venezuela.
Hoy mismo, en el aniversario de Almagro en la OEA, el embajador de Venezuela ante la organización, Bernardo Álvarez, lo acusó de actuar de manera “ilegal” e “irresponsable” y de estar haciendo una “telenovela por entregas” sobre la Carta Democrática y Venezuela para lograr “una altísima exposición mediática”.
Almagro, un político de izquierdas que defiende su estricto apego a los principios democráticos y de derechos humanos, no respondió hoy a estas críticas y se limitó a celebrar su aniversario en la OEA con algo que ya se ha convertido en una de sus marcas personales: un tuiteo.
“Un año de trabajo en @OEA_oficial en defensa de la democracia y los DDHH, bregando por #MásDerechosMasGente”, escribió en su cuenta de la red social Twitter.
El titular de la OEA, que ya advirtió a Maduro que él ni se inclina ni se intimida, está determinado a actuar en la crisis política y social venezolana, como lo estuvo para defender a Dilma Rousseff ante su proceso de destitución o como lo estuvo para denunciar el sistema de inhabilitaciones electorales de Perú.
Una de las preguntas que más se repiten en la OEA es qué busca Almagro con esto. Su respuesta la dio en el discurso de su primera Asamblea General en junio del año pasado: “Como secretario general de la OEA, soy Gobierno y soy oposición”.
Los casos de Venezuela y Brasil, las dos crisis más acuciantes del continente, prueban ese anuncio: en uno defiende a la oposición frente a un Gobierno de izquierdas y en otro defiende a un Gobierno de izquierdas de un proceso de destitución que considera sin fundamento.