domingo, noviembre 24, 2024

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Obama hace campaña con Clinton, en una decisión sin precedentes en EEUU

A falta de 102 días para las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el marcador está como sigue: Hillary Clinton: 30.700; Donald Trump, 0. Es el número de anuncios en televisión de cada una de las campañas, según un estudio conjunto de la agencia de noticias Associated Press y de la consultora especializada en audiencias Kantar Media citado por la revista económica Fortune.

Y, ¿para qué le ha servido ese ‘30.700 a cero’ a Hillary? Para llevar a Trump 2,5 puntos porcentuales de ventaja, según la versión optimista de su campaña, que se basa en el análisis electoral diario de la Universidad de Princeton -una de las más importantes del mundo- de las encuestas. Si se opta por mirar la carrera de Clinton desde el lado pesimista, va 0,9 puntos por detrás de Trump, de acuerdo con la media aritmética de las encuestas de la web RealClearPolitics.

Trump se está beneficiando de la subida que recibe cada candidato después de la Convención de su partido, y que suele suponer entre 2 y 5 puntos porcentuales. Así que, incluso aunque se descuente ese factor, la carrera está virtualmente empatada. Y más en un año en el que la presencia de un candidato populista que ha hecho de la incorrección política y de la imprevisibilidad sus principales activos hace que los sondeos sean todavía más cuestionables, porque podrían ocultar un importante voto oculto para el republicano.

Pero donde Hillary, por ahora, está ganando de forma clara es en uno de los campos que más obsesionan a Trump: los ‘ratings’ de audiencia de la televisión. Las cifras de los dos primeros días de la Convención Demócrata baten sin problemas a los de la republicana. Y aún está por ver el impacto del jueves, en el que ese partido sacó a sus pesos pesados: Barack Obama y Joe Biden.

Ésa es la apuesta de Hillary Clinton: su ex rival en las primarias de 2008. La ex primera dama depende del hombre que arruinó sus posibilidades de ser presidenta hace 8 años para lograrlo ahora. Barack Obama va a hacer campaña por Clinton, en un movimiento sin precedentes en la historia de EEUU, tal y como ha declarado el propio arquitecto de las victorias del presidente en sus dos campañas a la Casa Blanca, David Axelrod.

Las razones de Obama

Los argumentos de Obama para salir en defensa de Hillary son claros. Por un lado, es el presidente EEUU con más popularidad a estas alturas de su mandato desde Bill Clinton (el mito de que Ronald Reagan tuvo en su último año un récord de aprobación es eso: un mito). Y es posible que Obama y Clinton no se lleven demasiado bien, pero los dos son personas cerebrales que no suelen dejar que sus emociones se interpongan en el camino de su ambición.

Eso quedó de manifiesto el miércoles en la Convención Demócrata. El discurso de Obama giro en torno a muchas cosas, pero dejó claro algo que sus rivales, sobre todo los seguidores de Bernie Sanders, el líder del ala izquierdista del Partido Demócrata, prefieren no recordar: Hillary Clinton fue miembro del equipo de colaboradores más director de Barack Obama durante 4 años.

Y ése es el gran activo de Hillary: la gente la detesta cuando está en campaña, pero la quiere y la respeta cuando ocupa un cargo. De nuevo, las encuestas lo avalan. Según la cadena de televisión CBS, sólo un 34% de los estadounidenses tienen una visión positiva de Hillary. Hace tres años y medio, cuando dejó el cargo de secretaria de Estado -un título que no garantiza la popularidad en un país poco nada interesado por lo que pasa fuera de sus fronteras- su popularidad era del 69%, una cifra “alucinante”, según él siempre circunspecto diario de tendencia republicana ‘The Wall Street Journal’, que fue quien realizó la encuesta conjuntamente con la cadena de televisión NBC.

Así pues, la campaña para la Presidencia se está estructurando como ‘los Clinton y los Obama contra Trump’. No es solo marketing, sino también eficacia política. Porque esta Convención ha dejado claro que el Partido Demócrata es el partido de Obama. No solo por la popularidad del presidente, sino porque la coalición que él forjó en 2008 sigue siendo la columna vertebral del partido: blancos con un nivel de educación medio y alto, negros, latinos, y asiáticos. Obama ha reforzado el componente de las minorías étnicas, y a cambio ha perdido totalmente el de la clase obrera blanca que tradicionalmente era demócrata y ahora va con Trump.

Por ahora, sólo Obama puede mantener esa coalición. Hillary está en sus manos, y eso supone una ruptura en la tradición de EEUU, donde el presidente saliente no suele hacer campaña en favor de su sucesor.

George W. Bush y John McCain se detestaban, y, además, el primero estaba batiendo récords de impopularidad en 2008. En 2000 Al Gore no quiso que Bill Clinton participará en la campaña para evitar verse asociado a los escándalos del entonces presidente, en una decisión que probablemente le costó las elecciones de aquel año. George W. H. Bush no soportaba a Ronald Reagan, que a su vez despreciaba al primero, en 1988. En 1968, Lyndon B. Johnson era tan impopular como Bush lo sería 40 años más tarde y, además, el Partido Demócrata estaba en guerra civil. Y en 1960, Dwight D. Eisenhower quiso jugar, muy en su estilo, su baza de hombre de Estado (otros preferirían decir que le gustaba mas jugar al golf y tratar de caerle bien a todo el mundo) y dejó a su vicepresidente Richard Nixon a merced de John F. Kennedy.

Así que es un cambio de paradigma. Un cambio no exento de riesgos. Porque la popularidad de Obama contradice el hecho de que los estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, creen que el país no está avanzando en la dirección correcta. Eso plantea la duda de si Obama es popular por sí mismo o simplemente porque, cuando se le compara con la competencia -Trump y Hillary incluidos- aparece como un gigante.

Hay otro factor que juega en contra de esta baza. Como no se cansa de repetir Axelrod, los estadounidenses votan en cada elección por alguien con una personalidad opuesta a la de su predecesor. A George W. Bush, que presumía de tomar decisiones por instituto, sucedió el glacial Barack Obama. Ahora, deben elegir entre una todavía más glacial -y, en público, antipática para muchos- Hillary Clinton, y un hombre que es en sí mismo un ‘showman’: Donald Trump. En principio, las cartas parecen marcadas a favor del segundo. Por eso Hillary necesita a Obama y a toda la ayuda que éste pueda darle, incluyendo al vicepresidente Joe Biden y a la primera dama Michelle. El enemigo de 2008 es el aliado de 2016.

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