Adam Peaty, un joven británico de 1,91 metros y 86 kilos, era en 2012, durante los Juegos de Londres, un candidato claro a ser un hooligan. Andaba medio enredado con las piscinas, pero nada serio. Los fines de semana eran para los amigos y, como reconoció en la prensa de su país, para «emborracharse».
Hacia ese destino iba cuando, sin más, se sentó un rato a ver los Juegos londinenses por la televisión. Daban la prueba de 100 braza. Y allí estaba, con la bandera británica, Graig Benson. Fue un revelación. «Eso me inspiró. ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Yo tenía que ser el siguiente», se conjuró. Apartó la botella y ya sólo se dedicó al agua. Cuatro años después de aquel fogonazo, ya es más que Benson. Mucho más. El sábado, en las series, batió el récord del mundo de 100 braza y desde ayer es el nuevo campeón olímpico con otra plusmarca más. Un trago de oro. Se ha bebido la piscina a bocanadas.
Un año después de Londres 2012 mejoró tres veces su marca personal. Avanzaba a saltos. En 2014, apenas un recién llegado, rompió el récord mundial de 50 metros braza. Y el año pasado el Mundial fue suyo: tres oros.No tiene rival: es el único que ha bajado de la barrera de los 58 segundos.
Cuatro años después de toparse con su vocación al ver por la televisión la anterior final olímpica, Peaty se ha quedado con toda la pantalla. Es alto y ancho. Con un físico intenso, compacto como una bala, perfecto para desarrollar la fuerza que necesita la braza. Aunque de niño le tenía pavor al agua, quiso ser marine de la armada británica y ha acabado enarbolando la bandera de su país en los Juegos. Misión cumplida y a un ritmo trepidante.