sábado, noviembre 23, 2024

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Las bodegas de la muerte

Es el Mediterráneo a vida o muerte: cientos de seres humanos encadenados y hacinados en bodegas con mar brava e intoxicados con el humo de la nave. Muchos mueren en el intento y son arrojados al agua. Otros cuerpos son amontonados en las barcas a la espera del rescate. Da igual si son hombres, mujeres o niños. Han sobrevivido al letal paso por el desierto, que hizo su criba sobre las dunas, y ya no se detienen ante el mar, aunque sea la primera vez que lo ven.

La trata y su gran negocio exigen que el viaje continúe, aunque sea a costa de vidas. No hay tiempo que perder. Los inmigrantes y refugiados (personas) son introducidos a golpes en las grandes barcazas o las lanchas de goma. En las pequeñas se apura el espacio hasta las 150 almas. En las grandes pueden ir hasta 800. Se les colocan las cadenas, o se les ata a unas cuerdas para evitar que la carga se mueva y que se monten motines a bordo cuando empiecen las olas y el pánico, porque para sus traficantes son carga, nada más. No hay agua ni comida. Muchos morirán asfixiados ahí dentro. 

Antes de subir sus intestinos han sido obligatoriamente vaciados con laxante de caballo. Se aseguran así los traficantes de que no quede un solo fajo de billetes enrollados en el interior de los inmigrantes para pagar el viaje. Los que se quedan sin nada tendrán que trabajar en Libia en condiciones de semiesclavitud (ellos) o prostituirse (ellas) porque ese es, para los nuevos negreros, el precio del billete.

Después, y dependiendo de lo que hayan conseguido reunir trabajando en condiciones de esclavitud, podrán viajar arriba, en la cubierta, con los pocos sirios que realizan esta ruta (los que tienen algo de dinero) de ese pasaje de tercera que hará la travesía atado a un madero en la bodega, eritreos y somalíes sobre todo, los desarrapados de estos Titanic de la vergüenza.

Los traficantes esperan, con miles de personas en las playas, a que haya un día sin viento y con pocas olas. Cuando llega, aún de noche, embarcan a la vez a miles de inmigrantes y refugiados. Lo hacen a palos, armados con gomas de butano para arrearles como ganado. Al fondo, el resplandor de las grandes plataformas petrolíferas ilumina el horizonte. “Esas luces son Italia. Están a cinco horas de distancia. Dirigíos allí“. La mentira calma a los viajeros.

Escogen a uno de ellos que hable inglés, en cada uno de los barcos, y le dan un teléfono satélite con un número memorizado: el del centro de coordinación de salvamentos de Roma. “Espera cinco horas de viaje y luego llama. Di que os estáis hundiendo“. Ese, el que se presta a hacer la llamada, viajará gratis. Muchos morirán en el intento sin marcar ese número porque no superan las primeras grandes olas de alta mar. Luego sus cuerpos aparecen sobre la arena de las playas. 

El objetivo, para los tratantes de personas, no es que alcancen Lampedusa o Sicilia, sino que sean rescatados por las embarcaciones que esperan, con buen o mal tiempo, a unas millas de la costa libia, a esas cinco horas que marca la llamada a Roma. Cuando se localizan las coordinadas del barco, avisan a la flota de fragatas militares (de la armada italiana o extranjeras, como la fragata española Reina Sofía) y a las embarcaciones de las ONG, como Proactiva, MSF o Save the Children, para que acudan a la zona y procedan al rescate.

Son hasta 10.000 personas las auxiliadas en las últimas 48 horas en medio del Mediterráneo, con un número de muertos aún por determinar, pero que superará los 40. En una de las lanchas han ido acumulando cuerpos, uno encima del otro, hasta que han sido rescatados. Nada se sabe de ellos, pero aún mayor es el vacío informativo de lo que sucede en el desierto o en los oscuros centros de detención de Libia. Hasta la fecha, y según los datos de ACNUR, han sido rescatados 303.049 personas y 3.521 han muerto. Aunque sólo se cuentan aquellos cuyo cuerpo aparece. Los que mueren en el fondo del mar (o en medio del desierto) son muchos más.

Son hasta 10.000 personas las auxiliadas en las últimas 48 horas en medio del Mediterráneo, con un número de muertos aún por determinar, pero que superará los 40. En una de las lanchas han ido acumulando cuerpos, uno encima del otro, hasta que han sido rescatados. Nada se sabe de ellos, pero aún mayor es el vacío informativo de lo que sucede en el desierto o en los oscuros centros de detención de Libia. Hasta la fecha, y según los datos de ACNUR, han sido rescatados 303.049 personas y 3.521 han muerto. Aunque sólo se cuentan aquellos cuyo cuerpo aparece. Los que mueren en el fondo del mar (o en medio del desierto) son muchos más.

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