La victoria de Donald Trump es un acontecimiento de primera magnitud dentro del retroceso de la gran globalización económica liberal que comenzó hace años. En todo el mundo desarrollado, la clase dirigente que ha apoyado esta globalización está siendo rechazada por una mayoría de personas que se sienten amenazadas y quieren más protección, trabajos mejor remunerados (o simplemente trabajos) y más igualdad.
El referéndum británico sobre la UE ya fue un hito importante dentro de este movimiento de gran calado. “Las mayores expectativas depositadas en los Gobiernos para que recuperen parte del control entregado a unos mercados globalizados darán forma al futuro de los mercados financieros. Traerán consigo políticas keynesianas, con el consiguiente aumento del déficit y la deuda pública. Por lo tanto, las políticas presupuestarias más expansivas caracterizarán la coyuntura económica en 2017”, sentencia Didier Saint-Georges, miembro del Comité de Inversión de Carmignac, una de las principales gestoras independientes de fondos de inversión en Europa.
La incertidumbre sobre su agenda política, los puestos de Gobierno clave y los cambios en materia de comercio es enorme. Los analistas de Pimco, de hecho, no compran el rebote de la Bolsa visto tras el voto, que llevó al Dow Jones a batir su récord de agosto de 2015, y recomiendan a sus clientes que se preparen para un periodo de volatilidad elevada. Son esos puntos oscuros las únicas certidumbres que se tienen para anticipar el impacto del cambio.
Caladero populista
Ahí es donde puso la carga del mensaje populista y proteccionista que caló entre los ciudadanos que se sienten marginados por un sistema que no los escucha. Lo admite el consejero delegado de la cadena de cafeterías Starbucks, Howard Schultz. “El resultado electoral refleja años y años durante los que muchos ciudadanos sintieron que se les abandonó”, explica, “es evidente que hay un problema estructural que no se atendió, que debe analizarse y que hay que resolver”.
La votante Lea Lametta pertenece a esa “mayoría silenciosa” de la que habla Donald Trump. Aunque admite que el presidente electo es imperfecto y arrogante, confía en su experiencia como empresario para conseguir que la gente dé lo mejor de sí. “Es el único que puede resucitar el sueño americano”, asegura. Como ella, dos tercios de los electores que acudieron a las urnas dijeron que las condiciones económicas no son buenas. Votaron con un margen 2-1 a Trump.
Es ese el punto de partida para entender lo que lleva en la cartera. El candidato republicano eligió así Detroit para exponer su visión para la economía. Para hacerla más competitiva habló de rebajar los impuestos a las empresas, de eliminar la burocracia que destruye los empleos, de aplicar una moratoria en la introducción de nuevas regulaciones, de potenciar la inversión en infraestructuras y renegociar los acuerdos comerciales injustos para la industria doméstica.
El plan de Trump propone destinar más de medio billón de dólares a modernizar las redes de transporte, telecomunicaciones y energía. Plantea simplificar de siete a tres tramos el impuesto de la renta (12%, 25% y 33%) y reducir el de sociedades (15%). La reducción de ingresos la compensa limitando las deducciones fiscales “injustas” y repatriando el beneficio de las multinacionales. El resto, dice, se generará gracias al repunte de la actividad económica.
Su propuesta, asegura, doblará el crecimiento al 4% y elevará la productividad. “Podemos ser constructivos si hacemos frente a los restos de buena fe”, afirma en una carta abierta la National Association of Manufactures, que representa a compañías como Boeing o Procter & Gamble. Los economistas coinciden en que un plan de infraestructuras bien diseñado puede dar un impulso al PIB y apoyar el empleo. Hay sectores, además, que se benefician de sus planteamientos fiscales y de la moratoria que plantea a la nueva regulación.
El presidente electo es un hombre de negocios que le gusta pedir prestado y que se declara un maestro esquivando las normas. El sector financiero podría contar así con un presidente menos agresivo que Barack Obama pese a que como candidato fue muy duro con la conducta de Wall Street, a la que acusó de haberse embolsado el patrimonio que perdieron los trabajadores por la crisis. Pese a estos ataques, tiene como asesores a reconocidos especuladores financieros como John Paulson o Stephen Feinberg.
Aparte de las empresas metidas en el sector de las infraestructuras, otro claro ganador son las de la defensa. También el de la salud, por dos motivos que contrastan con el castigo al que le sometió su rival Hillary Clinton. La menor regulación favorece a las biotecnológicas, que temían un mayor control de precios, y limita las pérdidas que está ocasionando a las aseguradoras la reforma sanitaria patrocinada por el presidente Obama. Lo mismo pasa con las petroleras.
Trump logró formular así un mensaje más “socialista” que el de la demócrata Hillary Clinton, lo que le acercó a los sindicatos. Su plan de incremento del gasto y de recorte de impuestos va, además, en sentido opuesto a lo defendido por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero los economistas son escépticos y advierten de que hay otras políticas en la agenda que pueden tener efectos negativos, especialmente si cumple su amenaza de imponer nuevas tarifas a las importaciones. Es el caso del sector de la automoción, donde habla de aplicar un gravamen del 35% en la frontera para los coches producidos en México. De esta manera quiere forzar a compañías como Ford Motor a hacer más productos en EE UU.
El presidente electo habló también de abandonar el pacto global para la lucha contra el cambio climático y es muy posible que rebaje el apoyo fiscal a las energías alternativas. De hecho, las petroleras confían en un resurgimiento de la actividad de prospección y producción de crudo a partir del compromiso de Trump de derogar regulaciones y a abrir más tierras federales a las industrias extractivas. Es más, Kevin Cramer, el asesor en políticas energéticas del presidente electo, es un firme defensor de abrir más alternativas a los productores de combustibles fósiles.
Por su parte, las compañías de telecomunicaciones y las tecnológicas están más inquietas por lo que supondrá para el sector el mandato de Trump. En el primer caso, porque puede torpedear el proceso de consolidación en curso para evitar una concentración excesiva de poder. En el segundo, se interpreta como una recogida de beneficios, ya que firmas como Amazon, Facebook, Netflix y Google tuvieron un rendimiento muy sólido y ahora ese dinero se dirige a otros sectores que quedaron al margen.
David Kostin, estratega de Goldman Sachs, trata de ver las cosas en positivo, al menos a corto plazo. Mantiene el objetivo de los 2.100 puntos para el índice S&P 500 a final de año. “La respuesta va a ser limitada”, pronostica. Eso implica que se mantendrá más o menos al nivel visto esta semana. Es lo que piensa también desde Fundstrat Global. “Un presidente que no es popular no es necesariamente malo para la economía y los mercados”, sugieren a sus clientes.
Como explican los analistas de Credit Suisse, el parqué suele reaccionar con exceso a los “choques políticos”. Es lo que se vio tras la decisión de los británicos de abandonar la Unión Europea. Después el mercado lo asimiló y repuntó. Adam Parker lanza, sin embargo, un mensaje más precavido y recomienda desde Morgan Stanley que se utilice el tiempo hasta la toma de posesión el 20 de enero para replantearse opciones y prepararse para el cambio.
El control de la Casa Blanca y del Congreso podría permitir a los republicanos adoptar con más facilidad legislaciones que favorezcan a los negocios. Pero la preocupación es mayor por el impacto de su promesa de renegociar por completo acuerdos comerciales con países como México o China. El mercado, coinciden los analistas más cautos, no está teniendo en este momento en cuenta las implicaciones de la fricción en materia de política exterior y su reacción.
Simon Johnson, ex director económico del FMI, compara la visión económica de Trump con el populismo clásico que se ve en los países de América Latina. El organismo internacional es muy claro al advertir de los efectos del proteccionismo. Pero también admite en sus informes analíticos que se debe prestar más atención a los aspectos más negativos del comercio internacional para corregirlos y limitar su impacto.
El argumento del presidente electo, precisamente, es que los acuerdos comerciales internacionales dañan a los empleados de EE UU y a la competitividad. Pero hay un riesgo mayor en este planteamiento, coinciden los diferentes analistas. “Las guerras comerciales generan espirales negativas rápidas, y cuando este proceso se desencadena, nadie se beneficia”, advierten desde Pantheon Macroeconomics, “se pierde empleo y suben los precios”.
Ya no está en campaña
Eso afectaría especialmente, explican, a los ciudadanos más pobres y menos formados, “el votante de Trump”. Por este motivo, Tobias Levkovich, estratega de Citigroup, confía en que el presidente electo sea mucho más comedido que en la campaña electoral, admita su inexperiencia en política económica y se dote de un buen equipo. Más importante que encarrilar la transición de poder sin sobresaltos, lo que esperan que se produzca es una transformación del Donald Trump candidato al Donald Trump presidente.
El presidente electo trató de hacer un comentario conciliador hacia la comunidad internacional en su primer discurso tras la victoria electoral. Pero también dejó claro que “lo primero es América”. Carlos Osario, presidente del poderoso sindicato United Auto Workers, no tardó en decir que quiere reunirse con el nuevo presidente para diseñar un plan para renegociar acuerdos comerciales que “en muchos casos destruyen vidas y destruyen la clase media”.
A los economistas también les preocupa que el incremento del gasto público en infraestructuras, junto a la promesa de reducir los impuestos, infle el déficit y fuerce a elevar la deuda para poder financiar esas inversiones. Trump habla también de revertir los recortes automáticos del gasto militar. El temor es que la laxitud fiscal, combinada con los bajos tipos de interés, recaliente la economía y provoque que la Fed pierda el control de la situación.
Amenaza sobre la Fed
Precisamente, el otro punto incierto es la Fed. Trump cargó duro durante la campaña electoral contra su presidenta, Janet Yellen, a la que acusó de mantener los tipos de interés tan bajos para beneficiar políticamente a Hillary Clinton y Barack Obama. Los republicanos, en paralelo, llevan tiempo maniobrando para someter la gestión del banco central a un mayor control por parte del Congreso.
Carl Icahn, asesor de cabecera del republicano, anticipa que todo esto va a imponer un cambio de política económica mayor. La reflexión que hace el equipo de Trump es que los bancos centrales no pueden hacerlo todo solos y agotaron todos los recursos que tienen para apoyar la economía. Eso provocará un reajuste de las agencias gubernamentales que supervisan la marcha de la economía, como el regulador del mercado de valores o del comercio.
Los mercados entraron con todo esto en la era Trump mostrándose tranquilos y buscando oportunidades. Tienen un ganador claro y legítimo. Eso permitió a los inversores que estuvieron apartados en una posición defensiva pasar ahora a la acción. John Canally, estratega de LPL Financial, admite que habrá incertidumbre mientras no quede claro qué hará en materia comercial, de gasto y respecto a los nombramientos para los puestos clave.
Es como si quisieran darle el margen de la duda, esperando que sea pragmático y dialogante. “Esto es crítico”, apunta Robert Kahn desde el Council on Foreigh Relations, porque va a necesitar el apoyo del Congreso para poder sacar adelante su agenda económica. En bastantes casos, explica, “muchas de sus propuestas se salen del marco tradicional de la ortodoxia republicana”. Eso implica que deberá hacer coaliciones bipartidistas en cuestiones concretas.
Kahn no ve en este momento cómo Trump podrá lograr los votos que necesita en el Senado para proceder a recortes tan agresivos en los impuestos, elevar el gasto, reemplazar Obamacare o la reforma energética. Aunque lo que le preocupa realmente es si el presidente se ve tentado a recurrir a su poder para lanzar órdenes ejecutivas en materia comercial, de inmigración y regulación financiera para introducir cambios rápidos en lugar de tender puentes.
La espontaneidad que caracteriza al presidente electo, según los analistas más escépticos, llega además en un momento complicado para la economía global, por la fragilidad que sigue acusando ocho años después del estallido de la mayor crisis desde la Gran Depresión. El gran temor, como advirtió Moody’s en junio pasado, es que el modesto crecimiento actual se transforme en una recesión sin salida si adopta el curso proteccionista que prometió.
Marc Faber, uno de los inversores más catastrofistas de Wall Street, señala en este sentido que la economía se desacelerará en cualquier caso, independientemente de quién sea presidente y la reacción de los mercados. La expansión de la actividad económica sigue por debajo de su potencial, es irregular y dura ya siete años. El ciclo medio de la expansión suele ser de cinco. Eso no significa que una recesión sea inminente, según RDQ Economics, “pero eleva el riesgo”.
Más allá del criticismo hacia las políticas de Trump, lo que preocupa es el estado de la economía que hereda la próxima Administración. La productividad y la fuerza laboral tienen dificultad para crecer. Eso explica que el potencial de crecimiento de EE UU esté dos puntos por debajo de lo normal. La cuestión no es solo si podrá esquivarla, sino cómo lidiará con ella.