Las cifras son alarmantes: más de un 20% de las estudiantes de grado fueron víctimas de agresiones sexuales en 27 campus universitarios de Estados Unidos en el último año; un 5% de los jóvenes matriculados también lo fueron. Así se desprende del estudio realizado en abril de 2015 por la Asociación Americana de Universidades (AAU) y en el que participaron 150.000 jóvenes de instituciones tan prestigiosas como Harvard (Boston), Columbia (Nueva York) y Yale (Connecticut).
Los resultados, que se dieron a conocer en el último trimestre del año pasado, pusieron de manifiesto también que más de la mitad de de los estudiantes no habían denunciado lo sucedido porque «no lo consideraban lo suficientemente serio»; un 36% de las víctimas de violación con penetración no lo habían hecho por este motivo. Otra de las razones esgrimidas por casi un 40% de los participantes para no informar era la «vergüenza» y la dificultad emocional que conlleva confesar lo ocurrido.
Este es uno de los trabajos más ambiciosos de los realizados sobre violencia sexual en las universidades estadounidenses -que incluye violaciones y tocamientos a la fuerza o sin consentimiento por incapacidad ante el consumo de alcohol o drogas-. Los datos han sido corroborados por algunos informes anuales de universidades como Columbia, que hizo públicos los resultados de su estudio particular y los de la encuesta de la AAU.
Los centros que reciben fondos públicos están obligados a presentar un informe anual sobre la seguridad en el campus conforme a la Ley Jeanne Clery de 1990, sobre concienciación del crimen y seguridad en la Universidad.Esta epidemia que padecen los campus en EEUU viene de lejos. En 1992 se publicó la carta de derechos de las víctimas de abusos sexuales en la que se pedía a las instituciones que asistieran a las víctimas en sus derechos básicos y que se notificase la violación a las autoridades. Un año más tarde, las doctoras Carol Boehmer y Andrea Parrot documentaron el problema en Agresiones sexuales en el campus: el problema y la solución.
Entonces las estadísticas ya indicaban que un 25% de las estudiantes universitarias experimentaría alguna forma de abuso hasta su graduación.En la última década, instituciones estatales y federales han trabajado por introducir una nueva legislación que obligue a las universidades a prevenir y atender a los supervivientes.
El objetivo es animar a alzar la voz ante el silencio que parece reinar en los campus. «Existe cierta cultura de la violación y uno de los factores que influye es que no se habla del problema», apunta Jasmin Enríquez, fundadora de la organización sin ánimo de lucro Only with consent (Sólo con consentimiento).Esta joven californiana, graduada en Comunicaciones y Estudios de la Mujer en 2013, fue violada a los 17 años cuanto era una estudiante de secundaria en un centro católico de San Diego. Tras lo sucedido, se matriculó en la Universidad Estatal de Pennsylvania, en la costa opuesta, y volvió a ser agredida sexualmente por el chico con el que salía.
Enríquez no denunció en ninguno de los dos casos. «No sabía qué hacer. Creí que las violaciones no se producían entre gente con la que tienes una relación», cuenta recordando aquellos días. Tampoco habló de estos temas en casa. De raíces latinas, asegura que en su cultura es difícil tratar la violencia sexual y cambiar determinados estereotipos. «A veces las chicas piensan que denunciar es darle demasiada importancia a algo que no lo tiene», subraya. Una situación que encuentra su origen en la infancia y en «mensajes como ese niño se burla porque le gustas».
Durante una clase, una profesora de la Facultad le abrió los ojos. «Repasé el listado de cosas que iba diciendo y encajaba. Cuánto más hablaba de lo que me había ocurrido, encontraba que más amigas tenían historias similares», narra recordando cómo sus agresores eran gente conocida que intentaba ganarse su confianza. Por eso puso en marcha su iniciativa y desde hace un año la joven acude a centros universitarios junto a su prometido para explicar lo importante que es el consentimiento; un mensaje que quiere llevar también a los institutos y a los colegios.
Otro de los elementos que está detrás de estas elevadas tasas de agresiones sexuales es el uso de alcohol y drogas, casi siempre vinculado a las fiestas. «Es uno de los factores de riesgo más importante», apunta el estudio de la AAU al analizar las respuestas sobre los contactos sexuales no consentidos. «Hay chicos que usan el alcohol para ganarse la confianza de chicas en las fiestas», asegura Enríquez, que subraya la necesidad de educar a los jóvenes en que ése no es la forma para tener relaciones sexuales. En este terreno, los centros tienen camino por recorrer. En 2011 se revisó el Título IX de la Constitución en materia de educación (que trata de garantizar la igualdad en todos los ámbitos) para que recogiera también la violencia sexual porque es una «forma de discriminación», según recoge la carta Querido Colega que remitió la Oficina de Derechos Civiles del Departamento de Educación.
En ese documento de 19 páginas se define qué es acoso sexual y se apremia a las instituciones que reciben fondos federales a prevenir y responder ante los casos que se produzcan en el centro. Pero, ¿están haciendo todo lo posible? Según el Departamento, no. En mayo de 2014 se hizo público el listado con 55 instituciones que estaban siendo investigadas por incumplir la ley federal sobre las denuncias de violencia sexual. Los números del estudio de la AAU apuntan en la misma dirección. «El acoso sexual y las agresiones se producen en unas tasas inaceptables y causan daño a los individuos y a la comunidad», escribía el presidente de Columbia, Lee Bolinger, que anunciaba un grupo de trabajo para poner freno a esta lacra. En la institución neoyorquina, un 23% de las jóvenes que participaron en el estudio de la asociación americana reconocieron haber sufrido violencia sexual.
Por su parte, el presidente de Yale, Peter Salovey, se apresuró a calificar de «inquietantes» los datos y expresó su preocupación por las altas tasas de estudiantes que no denuncian lo ocurrido. «Debemos redoblar los esfuerzos», señalaba en un mensaje a la comunidad estudiantil. Según el estudio un 28% de las estudiantes de grado fueron víctimas de sexo sin consentimiento en el campus.Algunos estudiantes también han cuestionado la labor de los centros en prevenir las agresiones y hacer que los jóvenes se sientan seguros. Así lo hizo Heather Pratt al publicar en 2011 su tesis sobre la Universidad Colby, en la que recogía el silencio en torno a los abusos. En este centro hasta 15 estudiantes fueron acusados de abusos sexuales en 2012.
La universidad no dio detalles de lo ocurrido, pero unos dejaron las clases y otros fueron suspendidos. También estuvo en el punto de mira durante varios meses la Universidad de Virginia, tras la publicación del reportaje Una violación en el campus: abuso brutal y lucha por la justicia en UVA en la revista Rolling Stone.
El artículo, que generó un gran impacto social y mediático, resultó ser falso, según quedó probado tras una investigación de la policía de Charlottesville durante cuatro meses.Esta falsa agresión (estadísticamente suelen representar un 2% según la Universidad de Columbia) no acalla la escalofriante cifra de que una de cada cinco estudiantes ha sido víctima de violación o intento de violación en los campus. Así, ante las escandalosas cifras de agresiones, han surgido iniciativas con el objetivo de enseñar a los jóvenes a decir no cuando uno de los dos no quiere consentir las relaciones y a prevenir la violencia sexual.
El caso de Only with consent no es el único. Jonathan Kalin lanzó hace tres años Party with consent (de fiesta con consentimiento) gracias al vínculo con su madre. Durante su primer curso en la Universidad Colby (Maine), Kalin fue elegido capitán del equipo de baloncesto y presidente de la asociación Atletas Masculinos contra la Violencia.
Por aquel entonces, en el campus se vivía la polémica sobre los estudiantes -la mayoría deportistas- acusadosde haber cometido supuestamente abusos sexuales. «Diez fueron expulsados o suspendidos», recuerda Kalin. En este contexto, se cruzó con unos jóvenes que llevaban una camiseta con el lema Party with sluts (Fiesta con zorras) y decidió dar la vuelta al mensaje: encargó otras con el mensaje positivo de Party with consent.
Según Kalin, esa iniciativa «nos dio a los hombres la oportunidad de hablar contra la violencia sexual» porque, hasta entonces, jugador parecía sinónimo de agresor. «La idea de género es socialmente construida», sostiene Kalin, que se muestra optimista de cara al futuro para que la situación mejore si se construye un nuevo rol.