sábado, noviembre 30, 2024

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“Ya no se respeta ni a los bebés”

ustin Paluku no se asusta con facilidad. Es uno de los cirujanos más expertos del mundo en reparación vaginal de mujeres violadas. Cientos de congoleñas han pasado por sus manos. “Recuerdo a todas y cada una de ellas. Pero hay algo que me preocupa. Cada vez son más niñas. Hemos tenido a una que era una niña pequeña de cuatro años. Todo el hospital está estremecido por este caso.

Dos soldados la violaron causándolegraves heridas en la zona genital, hasta el punto de unir su vagina con su ano por el tremendo desgarro”. En ese punto, Paluku separa los dedos para mostrar dos centímetros de distancia entre ellos. “Fue una operación compleja de reconstrucción que salió bien, pero el que alguien pudiera hacer eso a una niña de esa edad es algo monstruoso que nunca olvidaré.

Ya no respetan ni a los bebés”.Por desgracia, el ejemplo que ofrece el doctor Maluku en el hospital Heal Africa de Goma (RD Congo) no es una excepción. La protección sobre los menores, reflejada en numerosas cartas de derechos y compromisos internacionales, es hoy papel mojado. No sólo se han roto las reglas básicas de la guerra con el bombardeo de los hospitales. Los conflictos, la explotación y el tráfico de seres humanos se ceban cada vez más con los menores, sin respetar a los recién nacidos.

Tan sólo las guerras de Siria e Irak obligan a más de 14 millones de menores a vivir con miedo y a huir constantemente. Más de 27 millones de niños y niñas viven refugiados o desplazados lejos de sus hogares en el planeta, 100 millones subsisten en las calles, 168 millones tienen que trabajar para comer o para que coma su familia, 57 millones de pequeños no van a la escuela… Y más de 17.000 mueren cada día por causas evitables.

La radiografía mundial de la infancia muestra una enfermedad que se extiende: la deshumanización. Los datos de Unicef son concluyentes: en 2014 había 230 millones de niños sufriendo las consecuencias de los conflictos. Hoy son ya 246 millones. El problema, además, ya no sólo afecta a países del tercer mundo con guerras crónicas como el Congo, Somalia o Afganistán.

En la Europa del siglo XXI, la desaparición reconocida por Europol de 10.000 menores refugiados, muchos de ellos en manos de mafias, también es indicativo del grado de desprotección actual sobre la infancia. “Esto se debe a dos cuestiones”, dice David del Campo, jefe de programas de Save the Children: “El desinterés de la comunidad internacional con respecto al abusador. No se protege al niño. No hay apenas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU para denunciar casos de violaciones de la infancia, aunque sean muy conocidos.

Y por otra parte la falta de mecanismos para sancionar y actuar contra los culpables. El ejército que bombardea una escuela queda impune y es vergonzoso”. Muchos de los refugiados que huyen lo hacen para proteger a sus hijos, pero se encuentran en otro continente que tampoco garantiza su seguridad.Ayman, un cristiano iraquí que cruzó el Egeo con su mujer y tres hijos, asegura: “Si no hubiéramos salido de Mosul, mis niños habrían acabado o asesinados o asesinando a gente ellos mismos mientras les graban un vídeo los del Estado Islámico.

No quiero eso para ellos”. Superadas ya las barreras de brutalidad con los adultos, los menores ofrecen una nueva frontera para los grupos terroristas. Nada provoca más empatía que un niño, por eso son los nuevos protagonistas de su propaganda: “Ellos, el Estado Islámico, Al Qaeda u otros grupos armados prostituyen la idea de la infancia para intentar ganar aquello que no ganan con sus ideas políticas o en el campo de batalla”, dice Del Campo. “Curiosamente, la denuncia mediática de la desprotección infantil ha degenerado más desprotección y el ejemplo es la foto de Aylan Kurdi muerto en la playa.

Hoy Europa está mucho más cerrada que en aquel momento. Para los refugiados es aún más peligroso huir de su país”, comenta Del Campo. La geografía de estos abusos se extiende por todo el mundo. Aissatou, una niña tuareg procedente de Mali, contaba en su campo de refugiados cómo “los rebeldes entraron en la aldea y seleccionaron a las niñas, 16 en total, no a las mujeres. Nosotros teníamos 15, 16 o 17 años. Ellos nos dijeron que nos necesitaban para hacerles la comida. En su campamento nos acabaron violando a todas. Después nos pegaron una paliza”. En esa zona del Sahel se está extendiendo un fenómeno inquietante: el de los niños talibés. Se trata de menores de la calle o hijos de familias pobres que son entregados a un maestro o ‘marabú’ de una escuela coránica.

Para pagar su educación, eran obligados a pedir limosna en ciudades de Senegal, Benin, Bamako, Níger o Mauritania. El problema, según denuncian fuentes humanitarias, 2viene cuando estos maestros venden al por mayor a estos niños, a veces de 10 en 10, a los grupos yihadistas que operan en el Sahel”. “Un niño es más apetecible para un grupo armado”, dice Patricia Rodríguez, jefa de proyectos de Misiones Salesianas. “Son más moldeablespara los líderes, que les lavan el cerebro con su ideología y les hacen romper de raíz con sus vínculos familiares”.

El catálogo de horrores sobre el uso y abuso de menores en zonas de guerra se amplía en este 2016: en Sudán del Sur, el 50% de combatientes son menores. Los yihadistas nigerianos de Boko Haram están extendiendo el uso de niñas-bomba en estaciones y mercados con terribles consecuencias. “La magnitud y complejidad de los conflictos actuales pone a los niños en riesgo. Aumenta el trabajo infantil, el reclutamiento y utilización de niños por parte de grupos y fuerzas armadas, el matrimonio infantil o el abuso sexual”, dicen desde Unicef. Además, a veces sucede que los que tendrían que defender a la infancia son los que la violan.

El caso más sonado es el de algunos cascos azules en República Centroafricana, que intercambiaban galletas por sexo con menores en una situación de pobreza extrema. “El problema es que existe una legislación de Naciones Unidas referente a la protección de menores, pero en muchos países ni se ha traducido ni se ha adaptado a la norma local. Además, nadie dedica recursos a aplicarla”, dice Patricia Rodríguez. El pasado diciembre, un refugiado sirio, nada más llegar a una playa de Lesbos, era entrevistado por una televisión estadounidense mientras que sus hijos tiritaban de frío alrededor. Cada pregunta iba enfadándole más:

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