Mswati III, el último rey absoluto de África, comenzó el año declarando solemne a sus súbditos que “la sequía había terminado”. Apenas mes y medio después, su primer ministro ha tenido que declarar la “emergencia nacional” por las consecuencias de una de las peores sequías que sufre el reino en muchos años. Estamos hablando de Swazilandia, un pequeño país enclavado entre Sudáfrica y Mozambique, con una de las mayores tasas de pobreza del continente negro. Y no es que su orondo monarca errara en sus previsiones meteorológicas, que sería disculpable porque a cualquiera nos podría pasar. Es que Mswati III -que como Luis XIV de Francia todavía cree aquello de que “el Estado soy yo”- estaba demasiado confiado en tener de su parte a Dios para acabar con la falta de lluvias.
Swazilandia conserva muchas de sus tradiciones ancestrales. Y, como cada año, el rey presidió la Fiesta del Agua para ahuyentar la temporada seca y animar a las nubes a instalarse sobre los cielos del reino. Pero este año Mswati III fue mucho más allá que cumplir con el ritual. Y sin empacho alguno declaró: “Tras la Fiesta del Agua, los cielos han respondido; vimos caer lluvia y las cosas han empezado a cambiar. Pronto los valles estarán verdes. Nosotros tenemos nuestro sistema de riego, que viene directamente de Dios; no necesitamos el riego por goteo ni otros sistemas, porque Dios hará caer, como siempre, las lluvias para regar los campos“. Aún más. El monarca no disimuló su enojo con sus súbditos, a los que acusó de “perezosos”, razón que habría enfadado al Altísimo, castigándoles con una sequía especialmente pertinaz. “Incluso Dios abandona a la gente perezosa. Debéis trabajar duro para poder prosperar”, espetó Mswati a sus sufridos ciudadanos, de los que en torno al 60% viven con menos de un dólar al día.
El caso es que el rey concluyó que la Fiesta del Agua les había congraciado a todos de nuevo con el de Arriba, y auguró una próspera cosecha en el reino, tal como publicó el Swazi Observer.
Lo que ha ocurrido es todo lo contrario. La sequía ha supuesto en estas últimas semanas la pérdida de más de 40.000 cabezas de ganado, afecta ya a más de 300.000 personas -de una población de 1,2 millones de habitantes- y supone un gravísimo problema de escasez de alimentos, que el Gobierno swazi no sabe cómo frenar. Por lo pronto, las autoridades del reino tratan de lograr nuevas remesas de ayuda humanitaria de organizaciones internacionales, incluida la Unión Europea.
Despilfarro y desastre económico
No son pocos los problemas económicos y sociales de Swazilandia -probablemente el país con el mayor índice de afectados por el Sida de todo el mundo-. Pero el despilfarro y el desastre económico del régimen han llevado al reino al borde de la bancarrota. Y las consecuencias de la sequía no serían tan graves si el monarca dedicara menos recursos a construir nuevos palacios para su extensa familia y más a infraestructuras para mejorar los sistemas de regadío y hacer más eficiente la agricultura. Pero, claro, ya sabemos que Mswati III considera que regar es sólo cosa de Dios.
La situación financiera es de tal colapso que, en su reciente discurso para inaugurar el nuevo año parlamentario, el monarca ordenó al Gobierno que se apliquen fuertes recortes en todas las partidas ministeriales. Sin embargo, de reducir el presupuesto real -que supone el 5% de todo el gasto nacional y ha experimentado un crecimiento del 25% en los últimos ejercicios- no dijo ni esta boca es mía.
En 2011, año en que Swazilandia sufrió una profunda crisis económica similar a la actual, el soberano obligó a que todas las partidas del presupuesto nacional se recortaran un 20%. Pero, al mismo tiempo, él se aplicó un incremento del 23% en la dotación para toda la familia real, que incluye a las 14 esposas con las que cuenta el monarca.
Aunque resulta imposible contrastarlo, Forbes atribuye a Mswati III una fortuna personal de unos 80 millones de euros. Una cantidad que no hace sino incrementarse, dado que el déspota soberano rige un país donde los partidos de la oposición están prohibidos, las manifestaciones de disidentes se ahogan enviándoles a la cárcel y, todo hay que decirlo, buena parte de la población sigue viendo en su rey una figura casi mítica, tan temida como reverenciada, que le permite hacer de su capa un sayo.
Así las cosas, hasta va a tener razón Mswati IIIcuando dice que Dios deja de lado a los holgazanes. Pero empezando por los que portan el cetro y la corona.