El calor es insoportable. Miles de afectados por el terremoto del sábado pasado, que hasta ahora deja oficialmente 587 vidas, intentan cubrirse del sol con un pedazo de cartón o una hoja de periódico. Todos hacen una fila de varios kilómetros por más de diez horas en espera de lo mismo: comida y agua. “Desde las cuatro de la mañana estoy aquí. Ayer no merendé porque no tengo; por ahí para los niños y nada más”, dice al diario colombiano EL TIEMPO Ángela Mero.
La mayoría de los que aguardan en los andenes de la playa en el sector del barrio Tarqui, completamente destruido por el movimiento telúrico, son mujeres, niños, y adultos mayores. “Por ir a cambiarle los pañales a mi hija me sacaron de la fila y tuve que volver a hacerla”, menciona Zoila Pérez, mientras amamanta a su bebé de dos meses. “¡Queremos comer!”, gritan al mismo tiempo que comentan con un poco de impaciencia que la fila no avanza.
“Mi casita se ha caído. He visto en la prensa y en la televisión que viene ayuda de otras partes, pero no actúan ni la Policía ni el Ejército. Todo está muy lento acá. Ya tengo ganas de irme, pero no sé cómo devolverme. Lo que me da pena son los viejitos”, afirma Ignacio Achondia, mientras mira desde la fila los edificios afectados por el terremoto que están separados de la playa por una autopista.
Un militar que custodia una de las vallas de seguridad afirma que la fila no se mueve porque no ha vuelto a llegar más ayuda humanitaria. Se refiere a los camiones que son despachados desde una base militar en Manta y, según él, están demorados porque hay problemas con el embalaje, la descarga y el mal estado de las carreteras, todo esto ocasionado por el terremoto.
El hambre y la sed hacen que quienes ya casi logran recibir la ayuda les reclamen a los policías que custodian el lugar con desespero y les pregunten qué pasa. “Yo sé que todos están cansados, pero se necesita paciencia. Todos están en la misma situación”, dice un oficial, al tiempo que añade que no le puede dar privilegio a nadie porque se “crearía un alboroto”.
La gente tiene la piel notablemente afectada por el sol. Cada vez que ven a los miembros de las brigadas comunitarias de la Comunidad Ciudadana acercándose salen corriendo hacia ellos y claman: “¡Queremos agua!”. Agua que el mismo presidente Rafael Correa aseguró que “sobra”. “El problema es la distribución”, añadió. Bryan Bailon, brigadista voluntario, se queda viendo una botella de un galón vacía. Después de mostrarle a la gente que no hay más, dice que lo más complicado es ver que las personas se desesperan por pedir y el agua no da.
“Es difícil ver a las mujeres embarazas y a los niños. A veces, cuando viene el agua, se forma un caos. Los carros se están demorando demasiado, no vienen seguido, no tienen una hora para venir”, afirma. “Nos dicen que hay que esperar por el tráfico, que viene ayuda de otras ciudades, pero no se ve aún”, agrega.
Pero la gente no tiene otra opción. El miércoles fue el primer día que empezaron a repartir comida en el sector de Tarqui. Aunque muchos no consiguieron nada ese día, vuelven o se quedan la noche entera con la esperanza de recibir algo a primera hora de la mañana.
“Ayer (miércoles) también vine y no recibí ninguna ración. Llegué a las 5 a. m., y a las 8 p. m. nos dijeron que ya no había más comida. Hoy (ayer) volví a las 3 a. m., son las 2:32 p. m. y todavía no me dan nada”, señala, mientras se cubre la cara con una hoja de un periódico que habla sobre la tragedia en Manta. “Mis hijos están solitos, pero en Tarqui no hay cómo conseguir comida”, se lamenta Stalin Panta. Pero no solo la escasez es problemática, también lo es el incremento de los precios en los alimentos y otros productos.
Desde otro punto de la ciudad, Freddy Cedeño, coordinador de uno de los albergues que funciona en un colegio, afirma que no hay coordinación desde el Gobierno y que solo ahora se están empezando a hacer las entregas.
La desesperación de los damnificados es tal que cada vez que se acerca una camioneta de la Policía con bolsas, grupos grandes salen corriendo hacia ellos para agarrar una. Pero la realidad es que la capacidad de las autoridades es superada por la demanda de los damnificados y, con el paso de los días, el desespero aumenta.