El Real Madrid se despegó del Barcelona ganando su partido aplazado de Vigo. Aprovechó el comodín para tomar ventaja en el mejor momento posible, en vísperas del final del campeonato.
Será suyo con un punto el próximo domingo en Málaga, cuenta fácil tras meses persiguiendo un título embadurnado en aceite, imposible de amarrar, duro como jornada de trabajo.
Porque si la Champions es el sábado, citas para coger gloria, la Liga es el madrugón del lunes, la faena del martes, el pan en la mesa, el jefe que aprieta.
La vida cotidiana que marca tu bienestar. Tras cinco años quedándose a medias, los blancos tienen el alirón a un suspiro. Sólo una derrota ante Michel le descabalgaría.
De oscuro, como saldrá en Cardiff, el Madrid saltó a Vigo para encontrar las migas de pan que llevan al título.
El delantero portugués tiene la zurda afinada, como demostró ya el domingo ante el Sevilla. Es diestro, pero la rompe estupendamente con la otra ahora que ya se ha plantado la tienda en el área.
Utiliza su chispa de velocidad con inteligencia. No ya para firmar cabalgadas por la banda regateando a tres, sino para ganar ese medio metro que a la hora de rematar es clave.
En la primera contra bien armada por su equipo, el portugués pisó, levantó la vista y sacó un tiro letal para Sergio, que escuchó el silbido del disparo y el impacto en la red.
Un paso importante hacia el alirón era el 0-1. La celebración, piña en el banquillo, demostraba el valor del tanto para el campeonato. Saltaron suplentes, masajistas y titulares en festejo para foto.
Había apostado Zinedine Zidane por su Madrid de primeros espadas. El reto era cosa seria, de su once de finales, en lo bueno y en lo malo.
Porque si su versión más juvenil había dejado siempre esa sensación de apetito, de intensidad, robo arriba y salida a por un gol más, el Madrid A, el de San Siro y tantas noches de farolillos, volvió a exhibir esa querencia a buscar la espalda del sofá cuando se adelanta.
Dos, tres, cuatro pasos atrás, calentito con el resultado, a la espera de encontrar una salida veloz.
Tal actitud, eficaz casi siempre para los blancos, tiene sus riesgos cuando delante hay un rival con gusto por la pelota y ambición arriba. El Celta, precisamente.
El gol de CR no apagó el interés de los gallegos por el partido. Su actitud, claro, encendió a la grada, sobre todo al detectar la incomodidad evidente del Madrid. Le cuesta resistir en estático, con la pelota en pies ajenos, porque ni Kroos ni Modric están hechos para la brega. Sí Casemiro, castigado pronto otra vez con amarilla.
Temblar, eso sí, no parecía temblar el Madrid, confiadísimo en su plan. Tal actitud, en el abismo apurando el cigarro, funciona cuando arriba, flotan tipos como Isco, superior en cada control, decidido en el regate, práctico en sus asistencias.
Tras varias temporadas agotándose muchas tardes en la floritura, el malagueño ha cuajado en un futbolista de bandera en este final de curso. Decisivo, en una palabra.
El Madrid aguantó el tipo al final de la primera parte convencido de que el descanso apaciguaría el ánimo celeste.
La musiquilla del Equipo A y una rápida ocasión de Guidetti, torpe en la definición, dieron paso a una majestuosa carrera de Isco con el balón pegado a la zurda.
Aguantó lo justo para ponerla al espacio y la velocidad correcta a Cristiano El Zurdo, certero otra vez con la izquierda. La piña de futbolistas se repitió esta vez en el córner.
Los dos goles en contra no agotaron a un Celta de llamativo entusiasmo. La noche se disparató al momento con la roja a Aspas por caer en el área. Él dijo que le había empujado y el árbitro que había caído.
Broncazo general, penalti que pide Cristiano, expulsión reclamada a Casemiro y gol de Guidetti. Benzema, como en el Calderón, puso a tope el aire acondicionado al remachar el tercero a pase de Marcelo. Kroos, ya en la locura final, desparramado el Celta, redondeó el triunfo antes de poner rumbo a La Rosaleda.