La tarde del martes 26 de julio ya se está yendo del sur de Honduras. Dos policías se desplazan en un carropatrulla por una estrecha calle de tierra, piedras y lodo del municipio de Guaritas, en el departamento de Lempira.
De repente, de una curva asoman dos motocicletas con tres jóvenes. Los policías les mandan alto y comienzan a hacer un cacheo a los tres jóvenes. De inmediato se oye al teniente Quintanilla refunfuñar. Al revisar las manos de uno de los jóvenes encuentra que éste se ha marcado entre el pulgar y el índice, el número 13.
La marca no está hecha con tinta china sino con lapicero, pero para el teniente eso es un indicio de que aquel joven ya ha sido influenciado por una veintena de salvadoreños miembros de la Mara Salvatrucha (MS-13) que desde hace varios meses están llegando a las aldeas hondureñas más cercanas a Arcatao y Nueva Trinidad, en el lado cuscatleco.
La excusa de José Vidal es que se ha pintado el 13 porque es el número de la camisola que viste cuando juega fútbol. Pero el teniente no se lo cree, lo sube al auto policial y se lo lleva a la aldea El Rodeo donde lo entrega al padre luego de un sermón de advertencia de que si se mete a las pandillas solo tiene dos caminos: la cárcel o la tumba.
El padre del joven, que recién llega de trabajar con la cuma bajo el brazo y con un olor fuerte a sudor, defiende a su muchacho: no es porque sea mi hijo pero él no se relaciona con esas gentes, dice con tono de disgusto por la acción policial.
Ante la excusa del padre de José Vidal, el acompañante del teniente Quintanilla le advierte al padre que si lo encuentran nuevamente con esas manchas, lo remitirán a la autoridad competente bajo la figura legal de “menor en riesgo”.
Refugio y reclutamiento
Las aldeas de municipios hondureños más cercanos a la frontera con El Salvador están resintiendo las constantes incursiones de salvadoreños miembros de pandillas que ya hicieron sentir su terror en habitantes de municipios como Mapulaca, La Virtud, Valladolid y Guarita, en el sureño departamento de Lempira.
Aunque en ninguno de esos municipios se ha registrado asesinatos por parte de los delincuentes salvadoreños, el reclutamiento de adolescentes en esos lugares está bastante avanzado; más en el municipio de Guarita y La Virtud, aunque en este último, su alcalde Arnulfo Rodríguez, niega que haya presencia y menos reclutamiento de jóvenes de su municipio.
Honduras por su parte ha respondido enviando a parte de su fuerza elite, el Escuadrón Cobra, para echar de sus tierras a salvadoreños miembros de pandillas cuya mala fama hizo que, recientemente, un alcalde implementara una especie de toque de queda en uno de esos municipios.
Una investigación de El Diario de Hoy encontró que en los departamentos de Cabañas y Chalatenango, en varios pasos fronterizos, El Salvador no tiene ningún control sobre el tránsito de personas desde y hacia Honduras.
Ese descuido está favoreciendo a miembros de pandillas que han encontrado una forma de escabullirse de los constantes operativos policiales y militares y, de paso, están tratando de incubar su organización en terrenos vírgenes, donde hasta hace menos de un año, el problema de las pandillas solo estaba en Tegucigalpa y San Pedro Sula, según afirmaciones de alcaldes de esas zonas fronterizas.
En algunas aldeas, los mareros salvadoreños se les facilita más encontrar refugio y evadir a las autoridades hondureñas, puesto que la frontera está a sólo unos cuantos pasos.
El Amatillo es una aldea de La Virtud. Entre esa comunidad y El Salvador sólo media el río Gualcuquín, que sirve de frontera natural entre ambos países. Del lado salvadoreño la población más próxima es Nombre de Jesús, municipio del departamento de Chalatenango.
El martes 26 de julio, El Diario de Hoy pudo constatar que en el núcleo de viviendas de esa aldea hay grafitis de la MS-13 calados en los repellos de tierra de las casas y otros pintados en algunos muros.
En el lugar, hay varios adolescentes que tal vez no superan los 15 años, quienes son colaboradores de los pandilleros que llegan a refugiarse a esos lugares.
“Ahí hay algunos güirros (muchachos) que les avisan cuando nosotros vamos”, explicó un soldado del Séptimo Batallón del cual hay una patrulla destacada en La Virtud.
Según el militar, es difícil capturar a los mareros salvadoreños puesto que los colaboradores o simpatizantes que ya tienen en esa aldea les avisan cuando va la patrulla de soldados. Entonces, los delincuentes solo caminan unos cien pasos y ya están en territorio salvadoreño a donde, por ley, no pueden cruzar los uniformados.
El militar y los hechos contradijeron al edil de La Virtud, quien aseguró que no había simpatizantes de pandilleros. Arnulfo Rodríguez reseñó que la última vez que capturaron a tres mareros salvadoreños fue hace un año. Esos tres se habían llegado a refugiar a ese municipio y hasta se habían casado. Luego de eso, no hubo más sobresaltos.
El edil Rodríguez se refiere a la captura de Edwin Alexánder Orellana Sánchez, de 25 años, originario de Ciudad Delgado, quien fue arrestado a mediados de mayo del 2015, junto a dos mareros más.
Para llegar a La Virtud un salvadoreño no necesita pasar por un control fronterizo. Aunque hay un retén de militares salvadoreños en el cantón Plazuelas, municipio de Nombre de Jesús, este puede ser fácilmente evadido por algunas veredas aledañas hasta llegar al río Gualcuquín que es la “guardarraya”, según dicen los lugareños, entre El Salvador y Honduras.
Maras en Valladolid
A Valladolid se llega desde La Virtud en aproximadamente una hora por una estrecha calle de tierra; en algún tiempo, algunos tramos de esa calle estuvieron pavimentados. Se nota.
Este municipio colinda con Arcatao; el paso ciego más conocido es Piedra de Tigre y La Cañada. Allí tampoco hay vigilancia de parte de autoridades salvadoreñas ni hondureñas. Cualquiera entra o sale de ambos países sin tropiezo.
El lugar es paso propicio para contrabandear cualquier mercadería. Pero en ese punto, según lugareños, lo que más pasa son los granos básicos como maíz y frijoles que, hasta cierto punto, los lugareños ven normal ese tráfico comercial.
Pedro Antonio Menjívar es el alcalde de Valladolid y, contrario a lo que sucede en El Salvador, en Honduras los ediles se involucran mucho en la seguridad de sus municipios, bien trabajando directamente con sus comunidades o contribuyendo con las demás instituciones.
Hace aproximadamente un mes, en la aldea Tierra Blanca estuvieron ingresando 6 pandilleros salvadoreños; en el día se iban al monte y de noche salían a algunas casas o tiendas a abastecerse de comida.
La respuesta del alcalde Menjívar fue pedir apoyo al gobierno central que lo ayudó enviando a su fuerza elite: Los Cobra. Ante las constantes incursiones de estos militares, los delincuentes salvadoreños desaparecieron de Tierra Blanca, cuenta el edil.
De acuerdo con Menjívar, en las pocas semanas que fueron vistos esos pandilleros salvadoreños, no se reportó mayores incidentes, a parte del robo de un celular que hicieron a una lugareña en una aldea remota.
Valladolid es un municipio grande, 120 kilómetros cuadrados con una población de 8 mil habitantes que en los últimos cinco años no ha registrado ningún homicidio.
Tomado de: ELSAVADOR.COM Paso libre de mareros salvadoreños a Honduras