Un nuevo poder ha emergido en Sinaloa. En plena guerra de cárteles, con el norte de México en llamas, Aureliano Guzmán Loera, hermano mayor de El Chapo, ha tomado el liderazgo. A cargo de la defensa de Badiraguato, el santuario del cártel de Sinaloa y la mayor zona productora de opio del Triángulo de Oro, de su mano han partido los más terribles golpes en esta contienda. Entre ellos, según fuentes oficiales, el asalto a sangre y fuego contra un convoy militar blindadoque acabó con cinco soldados muertos y el orgullo del Ejército mexicano por los suelos.
Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, es el cuarto de 11 hermanos. Criado en el pueblo de La Tuna, pronto se hizo cargo de la familia. Él la sacó de la penuria y él logró el imperio que aún le rinde vasallaje. Aureliano, tres años mayor, siempre fue su sombra. Una figura secundaria que primero se dedicó al negocio de la marihuana y que, con el encarcelamiento del líder, fue creciendo hasta ocupar un lugar preeminente en el cártel de Sinaloa.
De estructura horizontal, la organización criminal está formada, según fuentes policiales, por células independientes, que se alían en función de sus necesidades estratégicas. Poco cohesionadas, aunque muy flexibles en su respuesta, El Chapo era su principal centro de gravedad. Bajo su mando experimentaron un vertiginoso crecimiento hasta alcanzar la primacía. Pero la caída de su líder y su casi inexorable extradición ha abierto una profunda brecha en este grupo. No sólo están en juego las rutas hacia Estados Unidos o el dominio del Triángulo de Oro. La disputa es por la misma supervivencia territorial. Y las amenazas para la familia de El Chapo son múltiples.
El mítico Rafael Caro Quintero, El Narco de Narcos, de 63 años, ha vuelto a la clandestinidad y, aunque él lo niegue públicamente, las autoridades consideran que ha reagrupado a su antiguos aliados para recuperar su territorio. El cártel de los Beltrán Leyva, los más implacables adversarios de El Chapo, a cuyo hijo Edgar mataron en 2008 a balazos, se han lanzado en tromba contra la federación sinaloense. A ellos se debe, entre otros, la incursión en Badiraguato, la tierra natal de los Guzmán Loera, que acabó en junio pasado con siete muertos y la casa de la madre de El Chapo vandalizada. Fueron 150 hombres armados a plena luz del día. Aprovecharon la ausencia de Aureliano para demostrar su poder. Las hostilidades desde entonces no han cesado. Más de 120 muertos y cientos de desplazados dan fe de esta guerra.
En este escenario explosivo ha irrumpido el Cártel Jalisco Nueva Generación. La agencia antinarcóticos de Estados Unidos (DEA) sostiene que se trata de la organización criminal de mayor crecimiento en México. Audaz y letal, hicieron su primera demostración de fuerza en septiembre de 2011 con el asesinato de 35 sicarios de Los Zetas, en Boca del Río (Veracruz). Sus cadáveres quedaron expuestos en la principal avenida. Conocidos desde entonces como matazetas, a sus huestes se debe la liquidación el 6 de abril de 2015 de 15 agentes de un convoy blindado así como el derribo, dos semanas después, de un helicóptero militar y el bloqueo por carretera de la mismísima ciudad de Guadalajara (1,5 millones de habitantes) en respuesta a la detención de 10 de sus integrantes. Dirigidos Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, a este grupo se le atribuye también, aunque sin confirmación plena, el secuestro de los dos hijos de El Chapo en agosto pasado.
Caro Quintero, los Beltrán Leyva y el Cártel Jalisco Nueva Generación. Un estallido en cadena alrededor de una organización sin cabeza visible. Figuras míticas como Ismael Zambada García, El Mayo Zambada, el eterno líder en la sombra del cártel de Sinaloa, permanecen en segunda fila, posiblemente expectantes del desenlace. “Sigue siendo el principal dirigente de la federación y es el narco más importante de México, pero ahora mismo no se sabe cuál es su posición”, señala el especialista en seguridad Alejandro Hope.
Ante esta indefinición, la iniciativa, al menos aparentemente, la ha tomado Aureliano Guzmán Loera, alias El Guano. Muy próximo a su hermano y a su madre, ha sido él, según fuentes oficiales, quien ha presentado batalla al cártel de los Beltrán Leyva y quien, tras el arresto de uno de su hombres, no dudó en lanzar un ataque con granadas y balas del calibre 50 a los blindados militares que lo transportaban. Cinco soldados murieron y 10 quedaron malheridos. El sicario, una pieza clave en el organigrama sinaloense, fue liberado.
Muy parecido físicamente a El Chapo, Aureliano también ha mostrado su fiereza en casa. En las montañas de Sinaloa se le atribuye el asesinato en abril de 2015 de su medio hermano Ernesto Guzmán Hidalgo. El motivo, confuso como cualquier crimen en tierras del narco, fue la sospecha de traición. Una muerte que habría quedado sepultada en el olvido si no fuera porque la víctima era el padre de la esposa de Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, el principal enemigo ahora mismo del cártel de Sinaloa.
En contra de Aureliano, según especialistas locales como Cynthia Valdez, juega también su falta de predicamento en su propia tierra. Ha entrado en litigio con otras células y sus prácticas depredatorias le han hecho acreedor del odio de muchos campesinos. Débil en su base y embarcado en una guerra de largo alcance, ningún experto se atreve a pronosticar cuál será su futuro. “La situación es explosiva y va a ir a peor”, prevé Hope. Entretanto, el Ejército ha movilizado a miles de efectivos en su búsqueda por la agreste Sinaloa. Aureliano Guzmán Loera es su objetivo número uno.