El 23 de junio de 1989, el arqueólogo hondureño Ricardo Agurcia se topó con una estructura espectacular mientras exploraba las entrañas del Templo 16 en el parque arqueológico de Copán. El asombroso descubrimiento lo dejó maravillado, ya que se trata de la muestra mejor conservadas de la arquitectura monumental maya copaneca y una de las pocas en todo el mundo maya, a la que bautizó con el nombre “Rosalila”, siguiendo los cánones de la arqueología Maya.
“A medida que desenterrábamos la estructura que teníamos delante de nosotros, me quedaba asombrado ya que todas las otras descubiertas hasta la fecha estaban muy mutiladas. Asimismo, el entusiasmo del equipo que me acompañaba se multiplicaba”, explica Ricardo Agurcia acerca del monumental descubrimiento. “Esta experiencia es como si te encuentras con tu abuelita mas querida a la que no veías desde hace varias décadas y a quien dabas por perdida”, añade.
Se trata de una pequeña pirámide, de 12,9 metros de altura, de tres pisos, que servía de santuario para veneración de los ancestros reales, dado que sus paredes internas estaban cubiertas de hollín por el uso de incienso y la utilización de antorchas. Agurcia encontró en su interior numerosos artefactos que reflejan prácticas religiosas antiguas, entre ellos siete incensarios de barro con carbón todavía adentro, así como cuchillos de pedernal ceremoniales, nueve cetros ceremoniales de pedernal, joyería tallada en jade, conchas de mar, espinas de manta raya, vértebras de tiburón, uñas de jaguar y restos de pétalos de flores y agujas de pino.
“El descubrimiento del Templo Rosalila ha sido la confirmación del alto nivel en el manejo de la arquitectura sagrada, en el que podemos ver con todo lujo de detalles la complejidad de sus creencias, su habilidad artística y sus conocimientos de arquitectura y construcción”, comenta Agurcia. “Rosalila es, para todos efectos prácticos, un verdadero documento histórico”, agrega el arqueólogo y director ejecutivo de la Asociación Copán, entidad que colaboró extensivamente en el proceso de investigación de este descubrimiento.
Los antiguos mayas copanecos “envolvieron” cuidadosamente el Templo Rosalila en un “manto” de mortero blanco, en una elaborada ceremonia, que siguiendo las tradiciones mayas, preservaban los elementos sagrados para asegurar los ciclos de la vida y servir de fundamento para un nuevo ciclo, sobre el cual fue construido el Templo 16. Este mortero protege aún las numerosas capas de pintura original de Rosalila y nos permite hoy día asombrarnos de la belleza estética y artística de esta joya arquitectónica.
“Espero que todos los hondureños tomemos conciencia de la riqueza patrimonial que tenemos en Copán y que nos demos cuenta de que nuestros antepasados vivieron tiempos de gloria, gracias al arduo trabajo y gran fuerza de la organización civilizatoria de los mayas”, explica Agurcia. “Invito a todos los hondureños y a los turistas a celebrar este aniversario visitando y velando por Copán y a profundizando en el conocimiento sobre la extraordinaria civilización maya; en este campo todavía tenemos mucho que contribuir”, concluye.