La sorprendente estructura descubierta por los arqueólogos de la UNAM contiene un adoratorio y se alza sobre un cenote sagrado
Antes de que el cielo lo abandonase y cayera en el olvido, allí se adoró a los primeros dioses mayas. Oculto en el interior de la pirámide de Kukulcán, enclavada en el vasto complejo arqueológico de Chichén Itzá (Yucatán), los investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México se han topado con una inesperado hallazgo: una pirámide más pequeña y muy anterior a su gran hermana.
El descubrimiento, un auténtico tifón al tratarse de uno de los monumentos más conocidos del planeta, retrotrae la historia espiritual de la portentosa Kukulcán a épocas muy anteriores a las que hasta ahora se manejaban.
No es la primera vez que este enigmático sitio depara una sorpresa. En los años treinta ya se encontró una estructura intermedia, y en 2014 el Instituto de Geofísica de la UNAM constató que la pirámide se alza sobre un cenote de 25 metros de diámetro. Estos estanques subterráneos, nacidos de la erosión de la roca caliza, fueron para los mayas lugares sagrados, destinados en muchas ocasiones a los sacrificios humanos.
Sobre ese espacio de culto, no resulta extraño que se hubiese edificado un templo. En un principio se pensó que se trataba de la gran pirámide escalonada.Pero ahora se ha descubierto que justo encima del cenote, lo que se erigió primero fue una estructura anterior y más reducida, de 10 metros de altura y una base de 12 por 18.
Y que sólo con el paso del tiempo, se levantó Kukulcán. “Es como las muñecas rusas, dentro de una hallamos otra”, dice el coordinador del proyecto arqueológico, René Chávez.
La estructura primigenia, descubierta gracias a tomografía eléctrica tridimensional, mantiene intactas sus maravillas. En la parte más elevada cuenta con un adoratorio, de unos tres metros de altura, así como escalinatas, muros y columnas. También se ha detectado un área hueca que posiblemente corresponde a una marquesina derrumbada.
Pese a la riqueza del hallazgo, los arqueólogos consideran que aún les queda mucho por estudiar. No sólo de la pequeña pirámide sino de todo Kukulcán. Pero les atenaza la falta de medios. Ahora mismo tienen más datos que capacidad en sus ordenadores y el proyecto ha tocado a su fin. “Nos falta un 40% por investigar”, dice Chávez. “Es un tiempo del que se tiene muy poca información, si se pudiese seguir trabajando se aprendería mucho”, indica la arqueóloga Denisse Lorenia Argote.
No se trata de una búsqueda baldía. Kukulcán es reflejo de una edad aúrea en Mesoamérica. La expansión y fortalecimiento de la civilización maya, de la que esta pirámide fue testigo fiel, trajo consigo el esplendor arquitectónico. Los templos crecieron como nunca antes y se convirtieron en gigantescas maquinarias astronómicas, dedicadas a fines agrícolas y sagrados. Fue en ese contexto que la primera estructura quedó pequeña y, como era habitual en las culturas mesoamericanas, se edificó sobre ella una mayor y luego otra aún más grande, posiblemente entre el siglo XI y XII. Esa fue la que quedó para la historia.
Llamada por los conquistadores El Castillo, Kukulcán no ha dejado de irradiar su fuerza desde entonces. En su exterior dispone de cuatro enormes escalinatas y un observatorio, con tantos escalones como días tiene el año. Y en su interior oculta dos escalofriantes cámaras de sacrificios. Pero su gran singularidad procede de la luz. Durante los equinoccios brinda un espectáculo único: tres horas antes del ocaso, el sol va formando una combinación de luces y sombras que recuerdan el descenso de la serpiente emplumada, de Kukulcán, el dios que llegó de poniente.
Icono de la civilización maya, la gran pirámide, como el resto de Chichén Itzá, fue abandonada siglos antes de la llegada de los españoles. Aunque nunca se ha apagado la discusión sobre la fecha y los motivos, la historiografía tradicional sostiene que a finales del siglo XII las luchas intestinas asolaron ese espacio sagrado. Fue entonces cuando Kukulcán quedó vacía de ofrendas. La selva no tardó en cubrirla de olvido.