sábado, diciembre 21, 2024

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Hercúleo Nadal

Sin la autoridad de antaño, pero aún vivo y poderoso sobre la tierra, Rafael Nadal ganó ante Gael Monfils su noveno título en Montecarlo. El ‘número cinco’ del mundo se impuso tras dos horas y 46 minutos, en una final dura, intensa, que definió gracias al poder físico, a su enorme solvencia en la superficie y en particular sobre un escenario del que disfruta como en ningún otro. Su vigesimoctavo Masters 1000, con el que iguala el registro de Novak Djokovic, llega en el lugar donde logró el primero, hace 11 años. Es su primer torneo de esta jerarquía desde que ganó en Madrid hace dos cursos. Cerca de ingresar en la treintena, Nadal arranca con éxito la temporada europea de arcilla, dispuesto a recuperar la pujanza perdida en las últimas temporadas.

Montecarlo lanza el mensaje de un jugador que no ha perdido un ápice de tenacidad y convicción, que mantiene el apetito intacto y un tenis de indiscutible vigencia sobre arcilla. La semana próxima disputará el Conde de Godó, al que seguirán Madrid y Roma, antes de Roland Garros. Difícil será ningunearle en cualquiera de estos torneos, donde ha construido parte de su grandiosa historia.

Continuas alternativas

Monfils planteó más dificultades de las previstas. En un partido de continuas alternativas, se hizo sitio a partir de un tenis que combinó la paciencia con su naturaleza impulsiva. Algo ayudó Nadal, carente de profundidad en algunos momentos, debilitado por la falta de acierto con el primer servicio. Llegado el último set, metidos ambos en una pugna eminentemente física, el francés emitió señales definitivas de fatiga. Cometió dos dobles faltas en el segundo juego y dejó que el español se escapase, esta vez ya sin remedio.

Hasta entonces, sus signos de rendición fueron sólo aparentes. Se sobrepuso a la pérdida del primer set con una doble falta y salió airoso de las idas y vueltas que se reprodujeron en el segundo. En su tercera final de un Masters 1000, tras perder en Paris-Bercy en 2009 y 2010, el francés, de 29 años, se mostró más estable de lo que acostumbra, decidido a buscar el que tal vez hubiera sido el triunfo más importante de su vida.

La final fue más final de lo que hacían suponer los precedentes: el francés no había ganado un solo parcial en las cuatro ocasiones que ambos se vieron sobre arcilla. Tuvo el ocho veces campeón problemas con el primer servicio y, consiguientemente, a la hora de iniciar la jugada.

Desgaste brutal

En el set inicial, sólo ganó el 29% de los puntos con el segundo saque. Monfils es un jugador elástico, dinámico, con tendencia a moverse por arrebatos; cuando entra en una inercia positiva se convierte en peligroso. Sorprendió el descuido en un momento crucial, porque después de haber recuperado dos servicios perdidos, de ir por detrás en el marcador, daba la impresión de que al menos llegaría vivo hasta el desempate.

Nadal le sometió a un desgaste brutal. La falta de acierto con el servicio hacía perder iniciativa al español, le impedía mandar con su golpe derecha como acostumbra. Monfils encontraba con facilidad su revés, equilibrando de ese modo los intercambios. Se sostuvo así e igualó el partido en el segundo set, pero ya no daría más de sí. El último fue un paseo para Nadal, incombustible, firme, vigoroso hasta suscribir el triunfo con uno de sus golpes señeros, ese ‘passing’ de derecha paralelo con el que puso el colofón a una formidable lucha.

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