Consumidora y apasionada de los canales de noticias ininterrumpidas, está destinada a ser la protagonista sin pausa de las crónicas acuáticas de los Juegos Olímpicos. Una y otra vez. No habrá tregua. Porque aunque a simple vista mantiene la misma sonrisa pícara y ese flequillo travieso con los que comenzó a nadar con seis años junto a su hermano Michael, hoy la historia es otra. Katie Ledecky es la gran dama de la piscina. Un fenómeno de la naturaleza cuya piel parece estar hecha de escamas. El agua se desliza por su ser cómodamente y flota en él como si fuera corcho.
Por eso, la nadadora estadounidense está citada con la historia olímpica en Río. En Londres, hace cuatro años y con sólo 15 primaveras en el cuerpo, logró un triunfo en el 800 libre. Desde entonces, su progresión es abismal: acumula 15 oros internacionales y ostenta los récords mundiales en 400, 800 y 1.500 libre durante este tiempo. «¿Miedo? No sé lo que es. Tampoco la presión», admite valiente esta muchacha que ha empequeñecido a una institución como Ryan Lochte cuando nadan juntos: «Me gana ahora y es como ‘¿qué está pasando?’», ha llegado a afirmar el medallista.
Admiradora de Michael Phelps, con quien llegó a fotografiarse en una firma de bañadores cuando tenía nueve años, ahora compartirán delegación por primera vez. Los monarcas de la pileta. El Tiburón de Baltimore y su heredera, escualo capaz de atormentar a sus adversarias con el simple aleteo de sus pies y la potencia de sus brazadas. Su flotabilidad es su secreto mejor guardado. De hecho, cuentan sus rivales que asusta en la cámara de salida. Seria. Tanto que intimida con las gafas bien apretadas en su rostro y dos gorros en su cabeza para proteger su característico peinado. Ahí empieza su batalla y su victoria.
Siempre ha ganado. Procedente de una familia pudiente, se crió en Washington, donde se codeó con la alta sociedad estadounidense desde bien pequeñita, y estudia desde hace un año en la elitista Universidad de Stanford. Es más, es sobrina de Jon Ledecky, co-propietario de los New York Islanders de la NHL. En el agua también pertenece a la clase alta, donde quiere perpetuarse como reina absoluta. Y lo que queda, porque parece que en cuanto se siente en el trono olímpico, no piensa levantarse de él.