Los países asiáticos han logrado contener el brote de Coronavirus, debido a la agilidad con la que han tomado, después de China haber informado de una docena de pacientes ingresados por una extraña neumonía en diciembre en Wuhan, donde se originó la epidemia.
En Taiwan, después de cuatro meses del anuncio de esta tragedia sanitaria se han registrado 267 contagios de coronavirus, muchos de ellos importados y solo dos fallecidos.
El Centro Nacional de Comando de Salud, es un órgano creado en el 2003 tras la epidemía de SARS, y conecta a todos los ministerios, es por ello que desde ahí se han dictado 124 medidas y se han fijado los precios de las mascarillas.
El mundo busca en Asia, la receta para frenar la pandemia, a pesar que estas medidas en su momento fueron tachadas de ineficaces e instrumento de un estado autoritario, sin embargo son imitadas en mayor o menor grado.
“La variable tiempo es primordial”, opina Gerardo Chowell, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Universidad del Estado de Georgia (Atlanta). “Si te retrasas, te viene la ola encima y ya no puedes practicar el seguimiento a los contagiados, se te va de las manos. Pero si actúas de forma proactiva, como en el Perú, puedes agarrarla al principio y, aunque es difícil apagarla, sí puedes reducirla con mucho esfuerzo”, indica.
El rastreo de la gente
Un contagio masivo en una oscura secta empujó a Corea del Sur hacia el precipicio, pero pronto se alejó gracias a un concienzudo mecanismo de rastreo, análisis y tratamiento. Sus casi 20.000 tests diarios colocan en el radar también a infectados asintomáticos y elevan la ratio a 4.700 por millón de habitantes, la más elevada del mundo.
La población con síntomas envía un formulario al registro del Ministerio de Sanidad y recibe en breve una cita en alguno de los 53 centros de control. Son casetas en las que el funcionario procede al raspado nasal del conductor dentro de su vehículo. En solo 10 minutos se concluye el trámite y las 96 clínicas públicas y privadas emitirán el diagnóstico en ocho horas con una exactitud del 98%.
El sistema es rápido, gratuito, eficaz e inocuo para el personal sanitario, para los que en estos días exigen aplicarla, es que no es improvisado: Seúl empezó su diseño tras los estragos del MERS (síndrome respiratorio del Medio Oriente) en el 2015.
Las autoridades fiscalizan la cuarentena domiciliaria de los contagiados por medios telemáticos y publican su nombre, dirección y rutas de las dos últimas semanas. En Corea del Sur o Taiwán, reivindicadas como saludables alternativas a la dictadura china, la lucha contra el coronavirus también contempla invasiones de la privacidad que las democracias occidentales no digerirían.
En Singapur, los que no guardan el obligatorio metro de distancia afrontan multas de US$7.000 y todos los que han coincidido con un infectado en la última semana son identificados y obligados a una cuarentena de dos semanas bajo la amenaza de cárcel.
China decretó una cuarentena estricta para los 60 millones de habitantes de la provincia de Hubei en la que los mensajeros y comités vecinales enviaban la comida y mascarillas. En el resto del país, en cambio, bastó con la recomendación de no salir de casa para que las calles de Shanghái o Beijing quedaran igualmente desiertas. Operó, pues, la disciplina social que emparenta a China con el resto del continente.
Peter Kuznick, historiador de la American University, incide en la inclinación asiática a seguir las normas frente a la resistencia occidental. “Estoy seguro de que chinos, japoneses, taiwaneses y singapurenses cumplieron mejor las instrucciones de extremar las distancias y quedarse en casa que italianos, españoles y estadounidenses”, señala. En el cóctel que explica el éxito asiático también añade “una red de seguridad más universal, sociedades más igualitarias y líderes más fuertes y decididos”.
El factor más determinante, sin embargo, es que el SARS y el MERS ya vacunaron al continente. Cuando el coronavirus emergió, los gobiernos tenían el armamento a punto y la sociedad sabía cómo defenderse. Occidente ha alimentado su falsa sensación de seguridad durante décadas mientras juzgaba las epidemias como un problema ajeno. Es deseable que el coronavirus deje la certeza de que no hay mejor antídoto que la prevención.
Con información de El Comercio