A la hora de hacer previsiones para 2016, cabe tener en cuenta tres consejos: “Es difícil predecir, sobre todo el futuro” (viejo proverbio danés atribuido por muchos a Samuel Goldwyn que hizo famoso el gran filósofo del béisbol Yogi Berra). “La mejor forma de predecir el futuro es estudiar el pasado” (cita de Robert Kiyosaki atribuida a Twain, Thoreau, Churchill y a muchos más). “Casi todas las predicciones se basan en los parámetros de la curva de campana de Gauss, que ignora sistemáticamente las grandes transformaciones o desviaciones y, por consiguiente, los cisnes negros: hechos imprevistos, positivos o negativos, de tremendo impacto para los que todo el mundo encuentra explicaciones fáciles a toro pasado” (Nassim N. Taleb).
Lo cierto es que es difícil predecir el futuro porque las mejores previsiones, si son alarmantes, deben provocar respuestas que impidan su realización. En este sentido, las mejores predicciones son las que nunca se cumplen.
Si el conocimiento de la Historia es la mejor forma de conocer el presente y el futuro, lo que nos espera en 2016 hay que buscarlo en las causas, en las consecuencias y en las respuestas a la globalización, a la unificación alemana, al desmoronamiento soviético, al resurgimiento de China, al 11-S, a la revolución de internet, al calentamiento global y a la última crisis financiera.
Si casi nadie previó los principales acontecimientos y tendencias de los últimos 25 años -el hundimiento del Muro de Berlín, el fin de la URSS, la ruptura de la antigua Yugoslavia, el 11-S o el desplome de Lehman Brothers-, se necesita mucha fe para confiar en predicciones para 2016, con muchos más actores, menos y peor liderazgo, y una agenda más compleja que en el pasado.
El ser humano es el único animal con una tendencia irresistible a tropezar una y otra vez en la misma piedra, lo que nos lleva, por inercia, a construir futuros basados en la prolongación de lo conocido y no en la imaginación libre y bien informada, eso que llamamos inteligencia superdotada o genio, capaz de trasformar los sistemas conocidos y de dar paso a nuevos paradigmas.
Se necesitarían estadistas valientes y visionarios para poner fin en 2016 a las guerras sirio-iraquíes, al caos libio y yemení, al sempiterno rompecabezas palestino-israelí, al choque suní-chií y entre los yihadistas violentos de cada rama del islam, a las disputas seculares por el control de los mares de China, a la destrucción sistemática y acelerada de un medio ambiente sostenible, al rearme nuclear y convencional en todo Oriente Próximo y en el sur de Asia, a la desigualdad creciente dentro de la mayor parte de los 193 estados miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y al vacío de autoridad en el que germinan la insurgencia, las mafias, el terrorismo y el sectarismo.
De los más del centenar de análisis de previsiones para 2016 de los principales medios, analistas y ‘think tanks’ que colecciono cada año por estas fechas, recomiendo -sé que soy injusto con muchos otros- los del ‘Financial Times’ (FT), del ‘Council on Foreign Relations’ (CFR) de Nueva York y del centro de análisis estratégico Stratfor.
Los tres reconocen cada año los fallos cometidos en las previsiones del año anterior (más aciertos que errores, pero suficientes para tomarse este ejercicio con un sano escepticismo y una mentalidad flexible), reflexionan sobre las causas y ofrecen trabajos de equipo, pero -nadie es perfecto-ninguno previó hace un año los ataques del Estado Islámico (IS) en Francia, la intervención militar de Rusia en territorio sirio, ni la avalancha de refugiados sobre Europa.
Lo mismo sucederá en un año cuando revisemos las previsiones de hoy sobre las presidenciales en Estados Unidos, el referéndum británico sobre la permanencia o salida de la Unión Europea, la guerra sirio-iraquí, el pulso entre Irán y Arabia Saudí, la tensión entre Turquía y Rusia, el precio del crudo y de otras materias primas, el comportamiento de China, el auge de los populismos y de los nacionalismos en Europa y América, las negociaciones de paz en Colombia, el triste final del chavismo madurado, los Juegos Olímpicos en Brasil y la Eurocopa.
A 10 meses vista, Hillary Clinton y Marco Rubio son los candidatos con más posibilidades de suceder a Obama y, si se da esa final en noviembre, un hispano podría llegar a la presidencia antes que una mujer en EEUU. Porque representa ‘lo nuevo’, el viejo sueño americano del hijo del inmigrante que, desde la barra de un bar, puede alcanzar el cielo.
Clinton, como Jeb Bush, por más que se empeñen, pertenecen al pasado, al mundo de las dinastías, no al de las redes, y Donald Trump es, por decirlo suavemente, una pesadilla producida por los mismos fantasmas y miedos que alimentan a los partidos xenófobos en Europa.
La Rusia de Putin está invirtiendo en Siria lo que no tiene con la esperanza de recuperar la influencia perdida en Oriente Próximo y de negociar un pacto estratégico con la OTAN sobre los límites y las reglas de juego en sus fronteras comunes. ¿Aceptará Obama el guante antes de abandonar la Casa Blanca o se conformará con pasar a la Historia por la normalización de relaciones con Irán y Cuba?
Bashar Asad, por su parte, seguirá siendo el principal ‘señor de la guerra’ de una Siria fragmentada mientras Rusia, EEUU, Irán, Arabia Saudí y Turquía no superen sus diferencias sobre el conflicto.
Los principales reveses del Estado Islámico (IS) en los últimos meses en Siria e Irak no habrían sido posibles sin el sacrificio de los peshmergas kurdos, pero ningún país de la región, salvo Irán, teme más al IS que a los kurdos. Todos quieren derrotar al Estado Islámico, pero todos han tenido hasta hoy prioridades más urgentes en la región. Si no cambian, tenemos IS para rato.
La alerta máxima en muchas ciudades europeas, la supresión de la fiesta de Nochevieja en la Plaza de Bruselas y la evacuación parcial de zonas céntricas de Múnich el mismo día son ejemplos de la ‘anormal normalidad’ con la que Europa deberá acostumbrarse a vivir en 2016 y en los años siguientes. Aceptar esa inseguridad rutinaria en nuestra vida diaria sin sacrificar la esencia de nuestras democracias es, probablemente, el desafío más importante de nuestra generación.
Sin un pacto Riad-Teherán, los conflictos que han desarbolado el Oriente Próximo de Sykes-Picot (1916) y, sobre todo, de Sèvres (1920) se intensificarán en 2016, pero los sonidos que nos llegan de ambas capitales estos primeros días del año presagian todo menos reconciliación.
Sin una respuesta mejor y más rápida, que hoy no se ve por ninguna parte, los focos de tensión que expulsan a millones de sus hogares seguirán arrojando refugiados a las costas europeas. ¿Sobrevivirán el libre movimiento de personas en la UE y la valiente solidaridad de Angela Merkel en Alemania en los próximos 12 meses con elecciones en 2017 en Francia y en Alemania, y partidos de ultraderecha atizando conexiones entre refugiados y terrorismo, y levantando muros físicos y mentales en todo el continente?
Una economía mundial ralentizada como la anticipada por el FMI, una producción récord de crudo en la OPEP, las reservas internacionales a rebosar, el fin del veto a las exportaciones de energía de EEUU y ellevantamiento parcial de las sanciones a Irán aseguran precios bajos del petróleo (el crudo de Texas estaba por debajo de los 37 dólares el 31 de diciembre) durante algún tiempo antes de que vuelvan a remontar. Magnífico para España, pero un desastre para muchos exportadores.
Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid