sábado, noviembre 23, 2024

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Las tuberías subterráneas que transportan cerveza en Bélgica

Desde este viernes, ríos de cerveza corren bajo las empedradas calles de Brujas (Bélgica). La culpa la tiene la fábrica de cerveza artesanal De Halve Maan, ubicada en su centro histórico. En sus más de cinco siglos de vida, ha visto desaparecer de la zona a compañías similares. Ahora es la única superviviente de esta tradición en la parte más turística de la ciudad, que conserva casi intactas calles medievales protegidas por la UNESCO. La empresa ha construido los primeros tubos subterráneos de cerveza del mundo para evitar tener que mudarse a las afueras.

Muchos litros de cerveza que producir y un problema logístico que resolver. Los propietarios de De Halve Maan, miembros de una familia belga que lleva seis generaciones fabricando esta bebida, se enfrentaban ante la dificultad de transportar más de 5.000 litros de cerveza cada hora. Los camiones que transitaban a través de las calles de Brujas, centenarias, estrechas y llenas de turistas, perjudicaban la circulación del lugar al trasladar la bebida desde el punto de fabricación hasta el edificio donde se embotella, a tres kilómetros de distancia.

“Una vez, vi cómo se instalaban cables telefónicos bajo tierra en una de las calles y pensé que podíamos hacer nosotros lo mismo”, comenta a Verne Xavier Vanneste, el dueño de la empresa y heredero de una larga tradición familiar.

Por muy descabellada que pareciese la idea, no lo era en realidad desde el punto de vista técnico, aunque sí desde el administrativo. Así lo explica el belga, quien ha invertido cuatro millones de euros y más de tres años de trabajo en esta innovadora medida.

Mantiene el mismo sabor la cerveza cuando recorre varios kilómetros a través de los tubos? “Esa era el único reto al que nos enfrentábamos. Una vez investigado cómo mantener la calidad del producto, estábamos listos para cambiar nuestro proceso de distribución”, aclara el propietario de la empresa.

Lograr los permisos municipales parecía la verdadera misión imposible, aunque el alcalde de la ciudad, el socialista Renaat Landuyt, siempre apoyó la idea. “No lo hacían algunas personas de la administración pública, porque no hay un precedente legal para este tipo de obras públicas. Era la primera vez que se empleaban en una iniciativa privada”, apunta Xavier Vanneste.

El empresario considera que jugó a su favor el peso de la tradición que tiene en Brujas de Halve Maan, a la que se trató de forma extraoficial como parte del patrimonio de la ciudad belga. Aun así, solo recibió como subsidio público un diez por ciento del dinero necesario (400.000 euros), apunta el dueño de la compañía.

la imaginación puesta en marcha, los responsables de la empresa también idearon una forma de lograr algo más de dinero. Lanzaron un crowdfunding con una curiosa premisa: quien colaborara a financiar el proyecto, obtendría cerveza gratis de por vida. A todos ellos se les asegura un número fijo de botellas al año, en proporción al dinero aportado. “Es un chollo para los que han participado si se mantienen con vida unos pocos años”, dice Vanneste entre risas.

De esta forma, recaudaron otros 350.000 euros. Los otros tres millones de euros restantes corren a cargo de la empresa. Han solicitado para ello varios créditos y el belga no cree que se recupere la inversión en varias décadas: “Lo bueno es que a partir de ahora se abre un abanico de posibilidades para expandir los límites de De Halve Maan”.

Hasta el momento, otras empresas se han interesado por el sistema pensado por los belgas y Vanneste augura que otras cervecerías y compañías de vinos van a tomar medidas similares en un futuro cercano. Además, los camiones que empleaban hasta el momento son propiedad de una empresa externa, así que “nadie ha perdido su puesto de trabajo y los vehículos siguen utilizándose en la distribución de distintos productos en otras áreas de la ciudad”, aclara.

El local donde se encuentra la fábrica cuenta también con un restaurante y un museo que atrae a turistas y locales. Su dueño reconoce que hubiese sido mucho más sencillo trasladar la fábrica artesanal a otro lugar. “Este proyecto es más sentimental que económico”, asegura Vanneste, quien se resistió a perder una tradición que forma parte también de historia de la ciudad.

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