Una de las mayores memeces de toda campaña electoral en Estados Unidos es asumir que el votante es como el perro de Pavlov, y vota sin pensar. Por ejemplo, en función de sus genitales. Si tiene testículos, por un hombre; si tiene útero, por una mujer.
O en función de la cantidad de melanina en la piel. Blancos votan blanco;negros votan negro.
Ahora hay una nueva derivación: el voto lingüístico. Aparentemente, los hispanoahablantes, o personas de origen hispanohablante, votan por candidatos hispanohablantes. Son así de burros, oiga. Les ponen a un tipo que habla español, y le votan.
Bobadas.
La teoría del voto uterino ha explotado en estos comicios. Las jóvenes, de hecho, están votando por Bernie Sanders. Claro que también hay una explicación ‘científica’ para ello: las chicas apoyan a Sanders porque quieren estar “donde están los tíos”. O sea, para ligar. Eso es lo que declaró la preclara líder feminista Gloria Steinem en un acto de campaña de Hillary Clinton.
Lo mismo pasa con los negros. ¡Sorpresa!: no votan al que tiene el mismo color que ellos.
En 2008, Clinton aventajó a Barack Obama en intención de voto entre la comunidad negra hasta que empezaron las primarias, como recordaba hace poco el máximo estratega de la campaña del propio Obama, David Plouffe en esta entrevista. Hillary tenía ventaja porque se había metido en el bote a los líderes afroamericanos, que tienen un poder inmenso en sus comunidades y no son exactamente un modelo de ética política. Esos líderes se permitían lanzar acusaciones contra Obama del estilo de que el candidato “no es lo bastante negro” porque su padre era de Kenia, no de EEUU. Como para hablar de racismo luego.
Pero el equipo de Obama reaccionó con inteligencia. Con los centros de poder negros copados, se fue a las peluquerías y a los salones de manicurade Carolina del Norte, el primer estado con una población afroamericana significativa. Porque las mujeres negras gastan cantidades infinitas de tiempo y dinero en el cuidado (o msascre, depende de cómo se mire) del pelo y las uñas. La gente de Obama empapeló esos locales de posters del candidato, e hizo campaña allí. Y, como al final, quien manda en casa es ella, Obama ganó, con la ayuda de unas declaraciones de Bill Clinton que muchos consideraron racistas.
Pero el caso más espectacular es el del senador cubanoamericano Marco Rubio.
Por alguna razón que solo cabe ser atribuida a la ignorancia, los medios de comunicación de EEUU decidieron que Rubio iba a tener el voto hispano, y que eso le hacía temible para los demócratas o para cualquier otro candidato de su partido.
¿La razón? Habla español. Y el hispanohablante debe de ser tan tonto que vota sin pensar por el que habla español.
Ese argumento es fruto de una ignoirancia infinita. Los cubanos no se consideran a sí mismos hispanos o latinos. Vaya usted a Miami, recorra la ciudad con un cubano, y escuchará cómo le explica en qué barrio“vivimos los cubanos” y en qué barrio “viven los latinos”.
Los cubanos se ven a sí mismos como exiliados políticos, no económicos. Al menos, la generación de más edad que, a pesar de su juventud, es la que Rubio representa. Encima, si alguien se hubiera tomado la molestia de hablar con algún cubano de la línea dura, se habría dado cuenta de que su favorito era Jeb Bush, primero, y Donald Trump, después. Pero no Rubio.
Súmese a ello el hecho de que los cubanos tienen un tratamiento inmigratorio de ensueño, del que ningún otro recién llegado disfruta y que, comprensiblemente, levanta un resentimiento enorme entre los otros latinoamericanos. Que el lobby político cubano está al nivel de los deIsrael, Pakistán, India o Corea, es decir, a años-luz del mexicano y no digamos de los de los países centroamericanos, lo que también levanta ampollas en otras comunidades. Y que muchos cubanos, como muchos judíos proisraelíes, han desarrollado un perverso mecanismo pasivo-agresivo hacia EEUU, en virtud del cual cuando a su país le pasa algo malo, la culpa es de EEUU por no actuar. En otras palabras: si en Cuba no hay democracia, la culpa es de Estados Unidos, por no invadirla y entregársela a sus legítimos propietarios, empaquetada y con un lazo de celofán. Pero ellos no tienen nada que ver con el señor que cruza el Río Grande o se queda más allá de lo que permite su visado. Todavía hay clases.
Con esos adarmes, no es de extrañar que Rubio tampoco se haya llevado el voto latino, más que en una fracción insignificante. Un voto que ha hecho poco por conseguir, porque no suele hablar español en público.
Los votantes suelen ser mucho más espabilados que los que los analizamos. Rubio nunca tuvo gancho entre los latinos. Y los latinos no son borregos que votan al que tiene un apellido con una ‘erre’ marcada.