Los peregrinos esperan estar ante ella al menos un instante. No importa que sea por tan sólo unos minutos o, incluso, segundos. El hambre, el frío y el cansancio se quedan afuera de la Basílica si se trata de la Virgen de Guadalupe. Así se vive la peregrinación más grande de América cada 12 de diciembre. La devoción rebasa fechas y fronteras.
Cerca de dos millones de fieles de todo el continente ya se han dado cita desde la tarde del domingo para festejar a la santa patrona y las autoridades mexicanas esperan que esa cifra llegue hasta los siete millones en el trascurso del lunes.
La Virgen morena no sabe de razas ni de clases sociales. Los devotos han llegado en avión, en coche, en bicicleta o a pie. Los más creyentes recorren varias decenas de kilómetros de rodillas para pagar una manda, una promesa para que se les concediera un milagro o un favor.
Gerardo Reyes ha custodiado en moto una peregrinación de ciclistas que partió a las ocho de la mañana del domingo y llegó a las tres del mediodía. Viene desde Atotonilco, en el Estado de Hidalgo, unos 20 kilómetros de la capital. Ha montado un campamento de 40 personas sobre la calle de Montevideo que ahora yacen sobre el pavimento, rendidos por el cansancio. “Vengo con la devoción de ver a nuestra madrecita y a agradecer todo lo que nos ha dado”, cuenta.
Reyes regresará esta madrugada para evitar las aglomeraciones de este lunes y confía en el auxilio de los voluntarios para volver seguros a su pueblo. Unos metros más adelante está María de Jesús Villaseñor, que reparte pan dulce y café con siete familiares para quienes no pueden costearse los alimentos al hacer el viaje. “Hay mucha gente que viene de fuera y no tiene ni para comer, he hecho la promesa de ofrecerles lo que pueda hasta que Dios me dé vida”, comenta. Cuando reparta las 100 piezas que trae, entrará al santuario y dará gracias a la Virgen, antes de volver por la mañana al trabajo.
José Luis Ramírez descansa en una de las jardineras que rondan otro campamento improvisado en la de los misterios. Caminó con 100 amigos y familiares desde San Pedro Mártir, al sur de la capital. Es la primera vez que viene. Nunca imaginó que hubiera tanta gente y que el trayecto fuera tan extenuante.
María Mariscal ha venido de más lejos, pero su viaje ha sido más cómodo. Voló desde Quito para poder ser parte de las celebraciones y ha quedado impresionada. “La fe y el amor a la virgen nos hizo venir aquí, ella es la Señora de América”, relata emocionada junto a un grupo de turistas.
Mientras pasan grupos de peregrinos que lanzan arengas y cantan, los comerciantes tratan de aprovechar el suceso. Las estatuillas pequeñas se venden a 100 pesos (cinco dólares) y las grandes en 150 pesos (ocho dólares). Las pulseras, las medallas y los llaveros de la Virgen son de los productos más solicitados, cuentan los vendedores callejeros, y son más baratos, sólo valen 10 pesos (dos por un dólar).
Las autoridades capitalinas han desplegado 4.000 policías que cuidarán de los fieles, a los que se sumarán unos 5.500 voluntarios que velarán el orden durante los festejos. La Cruz Roja ha hecho un operativo de 30 ambulancias que tratan los estragos del recorrido en las calles aledañas, desde los desgarres hasta los desmayos.
La noche cae y ya casi es tiempo de cantarle Las Mañanitas a La Guadalupana, la canción tradicional mexicana para desearle un feliz cumpleaños. La tradición dicta que su última aparición fue hace 485 años cuando el indígena Juan Diego abrió su ayate (un textil hecho de la planta del maguey) y las rosas desvelaron la imagen de la patrona de México. Los festejos para conmemorar el nacimiento del catolicismo mestizo han comenzado, al tiempo que la sucesión de historias, misas y fieles parecen no tener final.