El negocio de los que se lucran con la lástima adopta diversas modalidades con el fin de obtener el máximo rédito. Los hay que fingen alguna discapacidad psíquica o física, generalmente, cojera y ocultan las muletas en cuanto acaban «su jornada laboral», para salir caminando a toda prisa. Todo un clásico.
Sin embargo, las prácticas que se realizaban en una región rumana hace varias décadas ponen los pelos de punta, a la vez que evidencian la endogamia y el modo en que estos gitanos tienen interiorizado ser víctimas y vivir de esa modo: a costa de los demás aunque sufran vejaciones e insultos.
Es lo que sucedía en la provincia de Ialomita, en concreto en la ciudad de Tandarei, de donde proceden parte de los traficantes y explotados en España y, en consecuencia en la Madrid. Ahí, a niños que nacían completamente sanos, estos clanes les mutilaban las extremidades con dos objetivos: obtener la correspondiente pensión por invalidez y dar más pena a los ciudadanos a la hora de obligarles a mendigar.
«Auténticos palacetes en Rumanía»
La Policía acabó con esa práctica al llevarse a las mujeres a la comisaría, arrebatarles la patria potestad y acabar con el menor en un centro de acogida. Aunque se desconoce cuántos mafiosos hay, a cuántas personaspueden extorsionar y sus magras ganancias, sí se sabe que los cabecillas tienen auténticos palacetes en la zona de Tandarei, Urziceni y Slobozia, recalcan las mismas fuentes.
Estas redes suelen tener sometidos a los indigentes, incluso retenidos en régimen de esclavitud (de un modo similar a la trata de mujeres víctimas de la prostitución) en casas okupadas o chabolas. Como ejemplo, cabe citar las denuncias de los hijos que alertan de la desaparición de alguno de sus padres en Madrid a los que han recluido. «El problema es que para combatir esta trata de seres humanos con fines de explotación laboral bajo amenazas y coacciones, los
Los indigentes deben denunciar y testificar en juicios,pero no lo hacen por miedo. cuando hay grabaciones de por medio que demuestran cómo las redes los llevan, los traen y los recluyen, la Justicia suele sobreseer la mayoría de los casos».
Las jornadas de estos pedigüeños son largas y comienzan al filo de las 8 y 9.30 horas. «A media mañana, quienes les controlan, les suelen dar un bocadillo para que cojan fuerzas y continúen», explica un mando policial. Después, prosiguen hasta que se va la luz del sol.
Como en el caso de las meretrices, los «encargados» de vigilarles, les arrebatan las ganancias obtenidas a cambio de pequeñas cantidades para sus gastos: generalmente, tabaco y alcohol.