viernes, noviembre 22, 2024

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Otra final para el Barcelona

El escenario no pudo ser más deprimente. Más cemento y chicles pegados en los asientos que espectadores, siniestros silencios a cambio de aplausos, niños invitados a trasnochar por su club para hacer bulto, futbolistas suplentes y habitualmente acostumbrados a la indiferencia en la estepa junto a los chavales, y cenizas sepultando el confeti. El cuadro daba para el disparate y la locura, aquella que sentía Burroughs cuando abría un ojo en su infierno: «Anoche me desperté porque alguien me apretaba la mano. Era mi otra mano».

En el disparate engendrado por los nuevos capataces del fútbol, en la rabia de una afición que ve con impotencia cómo el Valencia da pasos firmes hacia el descenso, el Barcelona hizo algo más que comparecer y certificar un asunto ya zanjado hace una semana (7-0 en la ida), cuando se ganó el derecho a disputar su quinta final de Copa de las últimas seis ediciones. El otro objetivo con el que comparecía el Barcelona en Valencia, el de superar la marca de 28 partidos sin perder establecida por Guardiola en la temporada 2010-2011, pudo alcanzarlo gracias a un gol parido entre el despreciado Douglas y los jovenzuelos Cámara y Kaptoum, autor éste del empate a siete minutos del final.

‘Deconstruido’ desde la pizarra

Aunque, vista la alineación dispuesta por el técnico asturiano, quedó más que claro que este tipo de reconocimientos de papel cuché le importan un comino. No hay mejor premio para el entrenador que ver a sus futbolistas correr, ganarse el jornal en los entrenamientos y, sobre todo, competir por un puesto aunque la motivación sea escasa.

Luis Enrique había dejado en casa al tótem Messi, recuperándose de su pequeña intervención en el riñón, a los cuatro apercibidos de sanción (Piqué, Mascherano, Iniesta y Suárez), y a los habituales titulares Dani Alves, Jordi Alba, Busquets y Neymar. Arda Turan arrastraba molestias que aconsejaron un descanso, mientras que Bravo no se movió de Barcelona porque la Copa es de Ter Stegen. Aun y así, al entrenador asturiano se lo llevaron los demonios cuando vio que su equipo, desnaturalizado desde la alineación y ‘deconstruido’ desde la pizarra, no hacía lo que debía.

 

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