Mike Pence probó la noche del martes que su selección como candidato a la vicepresidencia, como contrapeso a las constantes polémicas que rodean a Donald Trump, ha sido una decisión acertada del aspirante republicano a la Casa Blanca.
En el único debate entre vicepresidentes, celebrado justo después de una de las semanas con más reveses para el equipo conservador, el gobernador por Indiana consiguió amortiguar la avalancha de ataques del demócrata Tim Kaine pese a que ni siquiera intentó defender algunas de las acciones más controvertidas de su compañero de fórmula. Y frente a un nervioso Kaine, mantuvo el tono reposado y presidencial que tanto ha faltado en la fórmula republicana hasta la fecha.
Los debates entre los candidatos a la vicepresidencia no tienen una meta tan ambiciosa como los de los aspirantes a la Casa Blanca. Se considera que lo han hecho bien en el duelo si, durante los 90 minutos de debate ininterrumpido,consiguen no empeorar las intenciones de voto del candidato presidencial al que representan. Bajo esa óptica, Pence puede proclamar misión cumplida tras el primer y único enfrentamiento cara a cara con Kaine, celebrado la noche del martes en Farmville, Virginia. Hizo mejor papel que su jefe una semana antes, lo que refuerza la candidatura.
Y eso que el republicano no esgrimió argumentos sólidos para responder a la batería de ataques por las políticas, actitudes y errores de Trump que le lanzó Kaine desde el inicio del debate. La lista era larga y contundente, empezando por la continua negativa del magnate de publicar su declaración de impuestos justo cuando se ha revelado información que apunta a que no los pagó durante casi dos décadas, o por sus ataques de la semana pasada contra una ex Miss Universohispana que han destapado una vez más las actitudes misóginas del candidato republicano.
En muchas ocasiones, Pence ni siquiera intentó defender a Trump ante los señalamientos de su rival y las preguntas reiteradas de la moderadora. “Trump es un hombre de negocios, no un político de carrera”, respondió, reticente, después de que se le preguntara insistentemente sobre la forma en que el candidato presidencial ha aprovechado las leyes de impuestos para pagar lo menos posible.
Pero con un tono calmado, fruto de su experiencia como locutor de radio y televisión antes de tener éxito en la política, el gobernador de Indiana logró sonar más presidencial que su jefe Trump y, sobre todo, consiguió amortiguar los ataques de un Kaine muy preparado y con los dardos afilados, pero demasiado agresivo —hizo constantes interrupciones— y nervioso, lo que visiblemente restó fuerza a sus señalamientos.
Los temas más controvertidos de la campaña electoral estuvieron sobre la mesa desde el primer minuto, incluidos aspectos como la inmigración y los ataques de Trump a los mexicanos o su propuesta de someter a un “escrutinio intensivo” a musulmanes que quieran entrar en el país, aspectos por los que pasaron de puntillas Clinton y Trump en su debate de hace una semana. Ambos también discutieron sobre las tensiones raciales y la relación de las minorías con la policía, o la política exterior, que dio abundante material para reproches de los dos candidatos. Pence acusó a Clinton de ser la responsable de la “descontrolada” situación en Oriente Próximo, mientras que Kaine volvió a atacar a Trump por sus loas al presidente ruso, Vladimir Putin, y por la impredictibilidad de quien aspira a tener el botón nuclear.
“La idea de tener a Donald Trump como comandante en jefe nos aterra”, sostuvo Kaine. “La situación que vemos en Siria hora tras hora hoy es el resultado de la débil política exterior que Hillary Clinton ayudó a crear y conducir en esta administración”, replicó Pence.
Un debate fuera de lo normal
En un ciclo electoral normal, el debate de los vicepresidentes debería servir para algo más que defender a los candidatos a la Casa Blanca. También tendría que ser un momento, el único desde luego con tanta relevancia, para conocer mejor a quienes podrían llegar a tener que ponerse al frente del país si algo le ocurre al presidente y que, en todo caso, aspiran a ocupar el segundo puesto en importancia de la primera potencia mundial. En la historia del país, eso ha ocurrido ya en nueve ocasiones.
Esta regla se habría cumplido si Trump no fuera el candidato más impredecible y polémico de la historia reciente y si su rival, la que aspira a ser la primera mujer presidente del país, hubiera sido capaz de capitalizar las muchas flaquezas de su oponente, en vez de tener que luchar contra problemas propios de transparencia y honestidad.
Así las cosas, Kaine y Pence se convirtieron prácticamente en meros peones de sus candidatos, cuyas posiciones defendieron mediante la estrategia de atacar constantemente las propuestas del rival y, en el caso del republicano, eludir en todo lo posible responder a los cuestionamientos de Trump.
El debate de los ‘tipos simpáticos’ se pone feo
La obligación de atacar al rival por los errores o controversias del candidato presidencial opuesto endurecieron el tono de un debate entre dos hombres que, pese a su distanciamiento ideológico, son similares en muchos aspectos. Ambos son políticos clásicos, con una trayectoria política similar y son considerados parte del establishment. Kaine está ahora en el Senado tras ser gobernador de Virginia, Pence hizo el camino inverso y comenzó en el Congreso para acabar como gobernador de Indiana.
Ambos tienen una edad similar —están al final de la cincuentena—, llevan más de tres décadas casados sin que se les conozcan escándalos y tienen hijos en el servicio militar activo. Además, los dos se declaran profundamente religiosos, aunque en el caso de Kaine esto no le ha impedido defender, al menos en los últimos años, posiciones progresistas en temas como el aborto. Por el contrario, Pence tiene un largo historial ultraconservador en temas como la interrupción voluntaria del embarazo o los derechos de la comunidad LGTBI.