El miércoles la influyente revista conservadora ‘National Review’ publicó un artículo titulado ‘Una época oscura en América’. Hacía referencia a la elección entre Hillary Clinton y Donald Trump: por un lado, una representante de la vieja política, del ‘establishment’ de Washington, acusada de maniobras inapropiadas en su labor como secretaria de Estado, de ser culpable de la muerte del embajador de su país en Bengasi, de enriquecerse a través de su fundación familiar haciendo favores a tiranos extranjeros, etc. Por otro lado, un magante populista, un ‘outsider’ con tono misógino, xenófobo y arrogante. ¿Cómo llegaron a esta situación los partidos de Franklin D. Roosevelt y Ronald Reagan?, ¿Qué viene en adelante en este proceso electoral?
Lo primero que hay que decir es que del lado demócrata no hay que esperar sorpresas. A pesar del triunfo de Bernie Sanders en Indiana, las maquinarias y los viejos poderes del partido se impondrán con Hillary Clinton a la cabeza. Hoy la ex primera dama tiene una imagen desfavorable del 54 %, muy lejos del 62 % de favorabilidad que había alcanzado en el 2010. Para los debates de la elección general tendrá 69 años y muchas polémicas a cuestas por las que tendrá que responder. Se trata de una candidata difícil de vender al gran público, en un partido que fue incapaz de renovarse.
Otra posibilidad es elegir un candidato que disminuya la percepción de Trump como un hombre intolerante y enemigo de una sociedad abierta e integrada, por ejemplo, nombrando a una mujer, un negro o un latino, de esos que, a diferencia de lo que se piensa, abundan en el Grand Old Party. En esa línea podría sonar el nombre de Susana Martínez, una mujer latina, gobernadora de Nuevo México y elegida con el apoyo del Tea Party.
Lo que está claro es que el desafío es grande para los dos partidos y que no se trata de una elección de alto perfil. Los republicanos desperdiciaron la oportunidad de tener una carta de lujo en una baraja que incluía a personajes como Jeb Bush, Marco Rubio o el mismo Cruz. Los demócratas, por su parte, pudieron apostar por figuras más frescas como Martin O’Malley, que presentó su nombre, pero se vio arrollado por las maquinarias de Clinton y por el entusiasmo juvenil alrededor de Sanders.
El 2016 será recordado como el año en que la democracia de EE. UU. tuvo muy poco que ofrecer y cuando los partidos tuvieron que buscar que su candidato fuera el menos odiado.
Cristian Rojas González
Profesor de Ciencias Políticas
Universidad de La Sabana